Dice el principio de Peter que en una organización cualquiera las personas que hacen bien su trabajo son promocionadas a puestos de más responsabilidad una vez y otra, hasta que llega un momento en que chocan con su propio nivel de incompetencia. Vendría a ser aquello de que no todo el mundo vale para todo y que ser bueno en lo tuyo no implica, forzosamente, que puedas ser bueno en otra materia completamente diferente o rendir igual en tu mismo ámbito pero con diferente carga y especificidad laboral. Como contrapunto, también hay quien dice que debemos rechazar este principio porque quien se equivoca no es la persona ascendida sino su jefe, por promocionar a una persona no preparada para una determinada tarea. Capítulo aparte merecerían aquellos que son ascendidos sin méritos. Eso no lo salva ni Peter.

Esta semana, los consellers recién nombrados tendrán su primera reunión de gobierno. Vaya de antemano que considero que nos encontramos, probablemente, ante el ejecutivo más tecnocrático de los últimos cinco o seis años. Encontramos bastantes nombres de expertos en las respectivas áreas: Jordi Puigneró pilota las Polítiques Digitals y él es ingeniero en tecnologías de la información, Josep Maria Argimon está al frente de Salut y es especialista en medicina preventiva y salud pública, Tània Verge ha sido nombrada consellera de Feminismes i Igualtat y ella es catedrática de Ciencia Política y hasta ahora dirigía la Unidad de Igualdad de la Universidad Pompeu Fabra y Jaume Giró conducirá Economia y fue director general de la Fundación La Caixa. Otra cosa sería ver qué políticas quieren impulsar en función de su ideología y si estas encajan mejor o peor en el modelo de país que queremos pero, de entrada, son personas preparadas que ocupan un cargo que tiene que ver directamente con los estudios que cursaron y con su experiencia profesional. Eso genera esperanza.

El reparto de cargos más por militancia que por experiencia profesional da vergüenza ajena

En el otro lado de la balanza tenemos otros ejemplos cuando menos dudosos: Josep González Cambray es el nuevo conseller de Educació y él es ingeniero técnico industrial y licenciado en marketing, Violant Cervera ha sido nombrada consellera de Drets Socials y es licenciada en filología hispánica y el nuevo conseller de Empresa i Treball, Roger Torrent, cursó ciencias políticas y tiene un máster en estudios territoriales y urbanísticos. ¿Son personas válidas en las materias que estudiaron? De entrada, no tenemos motivos para dudar pero en principio (de Peter) sorprende verlas al frente de departamentos que nada tienen que ver con su formación académica, por mucho que algunos tengan cierto recorrido político previo a sus respectivas conselleries. No es lo mismo. Eso genera recelo.

De hecho, por poner un ejemplo, el nombre de Torrent -antes de que se supiera qué cartera comandaría- sonó también para Cultura o Interior. Nos da exactamente igual el nombre propio de turno, no tenemos nada en contra de él y tanto nos da el partido al que pertenecen, sólo decimos que el reparto de cargos más por militancia que por experiencia profesional da vergüenza ajena. Uno no puede saber de todo. Seguramente rendirían más y mejor en puestos más próximos a su conocimiento técnico. Asimismo, en las últimas semanas se han visto movimientos bien extraños en aquellas conselleries que cambian de partido. Ha habido (y todavía debe de haber) cargos de confianza, como jefes de gabinete o de prensa entre otros, sacando los codos para reubicarse allí donde sea, independientemente de su preparación. El carné o el apellido pesan más y sí, nos vienen nombres a la cabeza, sin embargo en casos así se dice el pecado pero no el pecador (o pecadora, vaya, que igual que hay segadoras también hay pecadoras). Eso genera desconfianza.

En la administración hay gente preparada que trabaja con honestidad y sin hacer ruido y sostiene el esqueleto de la cosa pública por encima de sus superiores

Con todo, también vengo a romper una lanza en favor de aquellas personas que trabajan en la administración pública -ya sea con plaza ganada por oposiciones o como a cargo de confianza- que saben hacer bien su trabajo y a quienes les gusta su profesión. Sí, las hay. Quizás se trata de una especie en peligro de extinción pero están. Es gente que dignifica la política, aunque no tenga carné de ningún partido ni se sienta de ese mundo, como diría Raimon. Viven en una vorágine constante por los cambios de cargo de sus superiores y al mismo tiempo son la columna vertebral que hace que, aunque los músculos vayan variando, se sostenga el esqueleto. Cuando se habla de cargos y de pagas en cierto tono peyorativo -y con razón-, estas personas no tendrían que incluirse. Y aquí sí que diré nombres y apellidos porque se lo merecen. Porque quiero, como diría Ovidi. Hablo de personas anónimas para el gran público y con quienes compartí equipo durante mi breve paso por la Conselleria de Cultura: Cristina, Anna, Marta, Àngela (del área de secretaría), Oriol, Laura y Núria (de protocolo), Agustí y Hugo (de prensa) o David, Albert y Jordi (del equipo de escoltas). Trabajan con honestidad y sin hacer ruido y me ayudaron a ser una mejor jefa, aunque las circunstancias no siempre acompañaron, y les estoy agradecida.

Finalmente, tres nombres propios: hoy celebro que el jefe de protocolo de cultura, Andreu Lallana, sea restituido en el cargo del cual se lo echó con despotismo, formas y fundo (justicia poética y de las grandes) y tengo muy presentes a Mar Novell, que también fue excluida con abuso de poder, y Elvira Parés, actualmente en el Parlament. Tres personas que aman el páis y trabajan con honestidad. Pocos hay tan válidos profesional y humanamente. Cuando decimos que si entras en la alta política o te haces como ellos o te echan, algunas podemos decir con la cabeza bien alta que nos echaron y otros que han sido restituidos. Y la vida continúa y la política pasa y las amistades de verdad con cargos, o sin, perduran. Porque, a pesar de nombramientos y experiencias, no hace falta ningún principio para medir la estima y las sonrisas de los que llegan a nuestra vida para quedarse.