Cuando alguien tiene que entregar el artículo en martes tiene todo el día de hoy (lunes) para pensar cómo valorar las elecciones y tener datos definitivos y oficiales. Yo, en cambio, queridas personas que leéis esta columna, estaba calculadora en mano sacándome los ojos haciendo sumas y restas mientras vosotros probablemente ya dormíais. Total, que querría daros unas pinceladas de una mirada de país y otra ebrense, sin saberlo todavía todo y aplicando un poco de sentido común.

Si hablamos de territorio, las Terres de l'Ebre somos la llamada quinta provincia y una veguería oficiosa, pero en unas municipales si queremos saber los datos de nuestro territorio concreto, tenemos que ir sumando votos pueblo por pueblo (uno a uno hasta 52) porque no se dan cifras oficiales por comarcas, sólo por demarcación. ¡Trabajo de chinos! No hay información oficial sobre los resultados de las cuatro comarcas ebrenses juntas (Baix Ebre, Montsià, Terra Alta y Ribera d'Ebre) diferenciadas del resto de la provincia de Tarragona. Sin duda, una carencia que se tendría que resolver para futuras ocasiones. Eso hace que no pueda haceros una valoración esmerada de los resultados porque me estaba peleando con mil numeritos que bailan en la pantalla y con el reloj persiguiéndome.

Por otra parte, la unidad que los partidos no predican lo suficiente, el pueblo la practica totalmente. Ya no hay fidelidad de voto por partidos, la hay por causas. El elector, dentro de un abanico ideológico bastante coherente, vota en función de los comicios de turno y pensando, a menudo, en repartir el voto, más todavía cuando hay elecciones tan diversas y tan consecutivas. La lealtad ya no va de siglas y los que todavía se aferran a ello como un hierro ardiente se acabarán quemando las manos. Y mientras los partidos celebran victorias y hacen valoraciones en sus correspondientes sedes hablando detrás de un atril lleno de siglas, el pueblo hace una sopa de letras en las urnas.

Desde el 2012 los catalanes hemos votado hasta 12 veces, si incluimos el 9-N y el 1 de octubre: no nos dan miedo las urnas

Además, tampoco las inercias van ligadas. Junts per Catalunya, por ejemplo, pensaba aprovechar la fuerza de Puigdemont en Europa para tener buenos resultados municipales y en Barcelona no ha sido así y ha perdido la mitad de los concejales. Parece que se hayan intercambiado los papeles: siempre se había dicho que en las municipales se vota a la persona, pero esta vez eso ha pasado más en las europeas y no por haber dos urnas se vota lo mismo en las dos. El conocido como voto arrastrado no se ha dado tanto como se intuía. De hecho, yo misma he ido repartiendo papeleta independentista en tres sitios diferentes en las últimas semanas. No soy de ningún partido concreto, soy de una lucha. Voy repartiendo el voto. Por lo tanto, que ninguno de los tres se piense que soy suya porque, como dice la canción: ¡no soy de nadie, no tengo dueñooo!

En cualquier caso, toda la miseria del mundo se resume en una única palabra: cobardía. Para afrontar la realidad, para combatir la injusticia (aunque "te pille lejos", ¿eh, Errejón?), para asumir los errores, para saber escuchar las críticas constructivas. La cobardía de hacer daño a alguien aprovechándote de una posición de superioridad, la cobardía de no aguantar una mirada, la cobardía de criticar gratuitamente sin tener toda la información o, peor todavía, teniéndola. La cobardía para amar a alguien, para promover un cambio. Quien no se atreve se suele quedar siempre quieto. Eso quizás le asegura salir en la foto, sí, pero una foto donde el paisaje va variando como telón de fondo mientras el protagonista envejece poco a poco hasta desentonar con el entorno que lo rodea. La fotografía que nos deja estas elecciones es una y son muchas a la vez. Mayoritariamente, en resumen y por suerte, lo cierto es que sale gente valiente que se va moviendo y paisajes que evolucionan y revolucionan. La foto podría ser la persistencia misma, la propia participación y más que porcentajes diré sólo una cosa: desde el 2012 los catalanes hemos votado hasta 12 veces, si incluimos el 9-N y el 1 de octubre (se dice rápido) y aquí estamos, chicos, de pie y siguiendo rompiendo esquemas. No nos dan miedo las urnas y el mapa de la península sigue teniendo 3 colores: Catalunya, Euskadi y el resto.