Parece que todo el mundo está de acuerdo con que hay que actuar con celeridad para paliar —que ya no evitar, porque no llegamos a tiempo— el cambio climático. Las disputas vienen cuando se tienen que decidir las medidas que hay que aplicar y, sobre todo, cuando se tienen que cumplir. Mientras tanto, el semáforo del Planeta está en color naranja y en lugar de frenar, el ser humano acelera por si todavía puede saltarse una última norma y que el que venga detrás se encuentre el problema. Una de las medidas presentadas últimamente y que ha generado más polémica es la propuesta de creación de un peaje urbano (de 7h a 20h) para poder entrar en Barcelona y el área metropolitana.

Desde la conciencia ecológica y de compromiso ambiental podríamos estar a favor, pero antes de que eso pasara —y no sólo en paralelo y ni mucho menos con posterioridad— harían falta otras medidas complementarias porque si no es como empezar la casa por el tejado y hacer que los de siempre paguen el pato. Porque, ¿cuál sería la alternativa a no coger el vehículo privado? El transporte público. ¿Y cómo lo tenemos? Seguro que todo el mundo sabría encontrar una respuesta poco amable, porque dudo de que exista alguien en Catalunya que no haya sufrido un secuestro por parte de Renfe, que sabes cuándo subes al tren pero no cuándo te dejan bajar. Se hace difícil explicar una propuesta así si antes no se pone remedio al estado de la red de cercanías y se convierte en fiable: puntualidad, frecuencias, seguridad.

Quizás algunos se piensan que coger el coche particular es un capricho, pero es que resulta que mucha gente lo necesita para ir a trabajar, para ir al médico, para ir a estudiar o a hacer una gestión a la administración de turno. Lo transporte público, tal como lo tenemos a día de hoy, no resuelve las necesidades de la ciudadanía y más bien va a peor. Quizás también alguien podría pensar en descentralizar servicios y repartirlos por el país para que no nos hiciera falta ir a morir a la capital que todo lo centrifuga. Hospitales, universidades, organismos oficiales que requieren presencialidad. ¿Los redistribuimos y así no tendremos que desplazarnos siempre los mismos?

Hacer pagar un peaje para entrar en Barcelona cuando no hay una alternativa fiable de transporte público es un agravio para los de siempre. Un parche para un descosido demasiado grande

Si mi sobrina pudiera estudiar en las Terres de l'Ebre, probablemente no entraría y saldría de Barcelona cada semana (y ve y págate el piso o la residencia de estudiantes, claro). Si según qué tratamiento médico se pudiera hacer en Ponent, mucha gente ya no se desplazaría a la capital. Y si encima que vas obligado te hacen pagar un nuevo impuesto, es para salir corriendo. Se ve que con el precio del combustible, de los parkings de la ciudad y de algunos peajes (que no todos han desaparecido) no basta. Esto es ser cornudo y apaleado. Un agravio. Un parche para un descosido demasiado grande. Una solución puntual para un problema estructural.

Y yo ya entiendo que el ciudadano barcelonés también debe estar hasta la coronilla de ser tantos allí en un montón y que quiere aire más limpio y piensa que quizás si se hace pagar, el forastero se lo pensará dos veces antes de entrar. Pero es que resulta que el supuesto forastero es de casa y viene a la ciudad porque no tiene más remedio, porque no le dan otra opción. Quizás si tuviéramos un yate podríamos entrar a trabajar en la ciudad de gratis y sin atascos ni retrasos, porque se ve que los cruceros no contaminan tanto y a ellos sí que les dejan entrar y con alfombra roja y todo que les ponen, que este año construirán nuevas terminales y llegarán a la ciudad 800 cruceros gigantes. Pero qué queréis, si Damià Calvet ha pasado de defender —supuestamente— el medio ambiente desde la Conselleria de Territori que dirigía a construir nuevas terminales para megacruceros, ahora como presidente del Port de Barcelona. Una puerta giratoria bien redonda y coherente.

Llegados a este punto, también habría que dar la vuelta al flujo circulatorio: ¿y qué hacemos de las concentraciones insoportables de personas provenientes de Barcelona y el área metropolitana que en fin de semana y vacaciones huyen despavoridas hacia los parques naturales? ¿Les hacemos pagar también 4€ por el simple hecho de entrar en el delta del Ebro o en el cabo de Creus? Lo digo porque ellos vienen de ocio —necesario, claro está— y cuando nosotros vamos a Barcelona es, mayoritariamente, por necesidad. Pueblos de Catalunya, zonas rurales del país: ¿ponemos peajes para los coches que vengan del área metropolitana a ensuciar nuestro aire, los bosques y los prados? Que hacen falta medidas contra la contaminación, sí, pero no así. ¿Y somos de defenderlas, eh? A ver si pasará como con las centrales eólicas, que algunos interpretan (y manipulan) el hecho de que nos opusiéramos a su masificación con el hecho de estar en contra de las energías limpias. Y no, señores. Simplemente decimos que estaría bien repartir más equitativamente tanto derechos como deberes. O nos calentamos todos o patada a la estufa.