Duermes sin despertador y no es fin de semana. La luz se filtra por las ranuras de la persiana envejecida y las legañas empiezan a desemperezarse. Los sábanas enrolladas. El polvo suspendido dentro del aire de los rayos de sol que atraviesan la cámara. Parece como si los puntos fuesen descendiendo con paracaídas, a la misma velocidad que se despiertan tus sueños. Una habitación llena de paracaídas pequeños que van flotando y planeando por el cielo de la estancia, sin acabar de caer nunca del todo. Un pájaro en el alféizar de la ventana se saca de encima la pereza y de vez en cuando canturrea. De repente, un recuerdo intenso va rompiendo la niebla de la somnolencia. Es el recuerdo de una ausencia... que, de hecho, es lo mismo que decir de una presencia, porque los que no están aparecen cuando pensamos en ellos y de alguna forma se hacen presentes.

Una pequeña corriente de aire inesperada desvía suavemente la trayectoria de un grupito de paracaídas. En uno de ellos te parece ver escrito te amo. Estiras el brazo y lo agarras con fuerza, capturándolo dentro de la mano. Desaparece. Repites en silencio, para ti misma, aquella palabra. Algunos te amo significan te amaba. Del mismo modo que en las redes sociales algunos me gusta quieren decir me gustas. Amamos el recuerdo. Aquella persona que era cuando ambas éramos. La añoranza tiene estas cosas, la tendencia a recordar solo la parte bonita de las historias que quizás no lo fueron tanto. O sí, pero que dejaron de serlo y todavía no sabemos cómo.

Algunos te amo quieren decir te amaba; del mismo modo que en las redes sociales algunos me gusta quieren decir me gustas

Pasa una nube y el rayo de sol desaparece poco a poco y con él la luz que te permitía ver los paracaídas. Ellos siguen volando pero tú ya no los ves. Desde la distancia emocional se obvian los momentos que te hicieron dejar de amar en tiempo presente. El pretérito, sin embargo, no es rencoroso y decir en voz baja te amaba es también conservar un hilo de luz, como el que acaba de deshacerse por el paso de la nube. El poso del afecto perdura en el fondo de la memoria y de tanto en tanto, cuando lo remueves como quien agita la taza, aflora el aroma del café recién molido. Sutil. Embriagador. Como un camino lleno de primavera.

Pones la radio y suenan Alanis Morissette y su Thank you. Te levantas con una media sonrisa adormecida y te preparas un café con leche con la esperanza de que aquel olor te devuelva a la vivencia. A la persona. A las personas. La memoria olfativa también tiene esas cosas, juega contigo y te puede transportar por el túnel del tiempo arriba y abajo como quien sale a comprar el pan y regresa a casa en un plis plas. Thank you disillusionment. Thank you frailty. Agitas el poso y te bebes toda la taza. Y cantas: gracias también (¿por qué no?, piensas) a los momentos de fragilidad. De un solo trago te bebes la vida que empieza cada día, a pesar de todo. Thank you consequence. Thank you silence. Un mensaje en el móvil. Una foto en la pared. Un abrazo lejano. Un verbo que se conjuga en presente y significa pasado y que cuando lo decimos en pasado resulta bien presente. Y la duda de si habría que desaprender para poder volver a sentir y de si volverías a saltar del avión sin paracaídas.