Manuel tiene dos añitos recién cumplidos. Vive en el bloque de delante, en el segundo piso, como yo, en pleno barrio viejo, y su balconcito queda justo frente al mío. Él es tan chiquitito que no se le ve la cabeza por encima del pasamanos de la barandilla y sus padres han tenido que recortar un poco la tela que protegía los espacios entre barrotes para que nos pudiéramos ver bien las caras. Menos mal que la calle es estrecha y no nos hace falta hablar muy alto para comunicarnos. Incluso me ha pasado por la cabeza la idea de construir un teléfono de aquellos artesanos con dos envases vacíos de yogur y un hilo. No lo descarto todavía.

Abajo, en el primer piso, vive Maia, una niña rumana de una edad parecida a la de Manuel. Es vergonzosa y cuando me ve calla, pero que cuando no sabe que la oigo no para de canturrear y charlar por los codos. Su padre le dice: ¡dis-li com te diuen, dona! dis-li que tens lo mateix nom d'aquella abella tan bonica dels dibuixos animats. A mi edificio, el sol le da directo por la tarde. Al suyo, por la mañana. A la hora del desayuno, la luz se pasea por la fachada en diagonal y el ventanal de Maia es lo primero que lame. Entonces, su madre se acuesta con ella en la alfombra y le lee cuentos, con el sol iluminando las páginas y la niña con los codos clavados en el suelo y apoyados en las mejillas. Desde arriba y fpor delante —un piso más arriba y de la casa de delante— se ve precioso.

Manuel es tan chiquitito que no se le ve la cabeza por encima del pasamanos de la barandilla y sus padres han tenido que recortar un poco la tela que protegía los espacios entre barrotes para poder ver las caras

Latifa y Asma viven en el cuarto. Ellas son las que mejor perspectiva tienen de mi balcón. Me ven podar, trabajar en el ordenador, tomar el sol o leer. Son hermanas, deben tener seis y once años aproximadamente y son de origen magrebí. El otro día, en seco, la menor me llamó por mi nombre y yo me quedé de pasta de boniato. Com és que te'l saps? Le pregunté. Perquè t'hem vist cantant al canal 33 estos dies, me respondió. Y las dos bien contentas de tener una vecina que para ellas es medio famosa y todo. Porque sí, todos ellos miran Televisió de Catalunya, porque todas estas criaturas, de puertas adentro, con sus familias hablan castellano, rumano y árabe pero entre nosotros, en los balcones, hablamos todos catalán (hola, PSC y compañía).

A veces, Manuel juega solo con coches de miniatura, a cuatro gatas en las baldosas del balcón. Le encantan los vehículos, todos, de cualquier tipo, y siempre que ve pasar uno por nuestra calle, cosa extraña por el confinamiento y porque es medio peatonal, empieza a decir 'piiip piiip' muy contento. A los gatos les llama miaus, a los perros uau y a los coches piip. Mi nombre todavía no se lo sabe pero me conoce y, alguna vez, incluso le hago títeres con cuatro trapos y un poco de imaginación.

La madre de Maia se acuesta con ella en la alfombra y le lee cuentos, con el sol iluminando las páginas y la niña con los codos clavados en el suelo y apoyados en las mejillas

Sus padres son bastante habladores, sobre todo él, y a menudo hablamos de balcón a balcón y arreglamos el mundo. De tanto vernos en pijama y despeinados ya hemos cogido confianza y todo. El hombre se ha instalado una silla de anea y su balcón es tan pequeñito que dos de las patas quedan en el otro lado de la jamba, dentro la casa. Ellos son testigos de primera mano de la evolución de mi pequeño jardín botánico urbano y cada noche, a las ocho, conecto el equipo de sonido, hago sonar "Bella Ciao" en toda pastilla y salimos todos a hacer palmas al ritmo de la canción. Vivimos allí poca gente pero somos cumplidores y puntuales.

Como casi todo el mundo estos días, hablan con los amigos y otros familiares desde la calle, a gritos, tipo Romeo y Julieta pero sin lanzar las trenzas, y el otro día oigo que alguien gritaba: ¡Alegríaaaa! ¡Alegríaaaa! y pensé: ¡calla! que se ha levantado el confinamiento y tú no te has enterado porque ya no quieres mirar la tele ni estar pendiente de cinco ruedas de prensa al día. ¡Pues no! resulta que Alegría es la madre de Manuel y a mí me pareció que había pocos nombres tan bonitos para ser llamados a pleno pulmón. Otra vecina de mi bloque se llama Libertad y cuando las llaman a las dos juntas la cosa tiene buena pinta. Lástima que alguien del vecindario decidió ponerle Shakira a su hija y el concierto de nombres pierde un poco de magia pero vaya, a pesar de todo, se está bien.

Quizás les han dolido un poco los zapatos, de tanto tiempo que hacía que no se los ponían, pero caminar al aire libre no tiene precio y nuestras criaturas, tampoco

Hoy, a Manuel, Maia, Latifa y Asma no les puedo hacer títeres ni me pueden ver tomar el sol tanto como ayer. Ya no están en el balcón todo el día. Hoy, están paseando por la riba del río, por el parque, por la vida. Hoy, por fin, después de casi cincuenta días de ejemplar enclaustramiento, han podido bajar a la calle, al suelo, y les he visto correr, saltar, ir en patinete. Y les he oído reír, gritar, respirar aire puro y mirar al cielo. Y me han vuelto a saludar, sí. Como cada día, sí. Pero esta vez no de balcón a balcón sino de calle a calle, de una acera a otra, mirando como pasa el río. Y quizás les han dolido un poco los zapatos, de tanto tiempo que hacía que no se los ponían, pero caminar al aire libre no tiene precio y nuestras criaturas, tampoco.