Me he pasado el fin de semana cogiendo mandarinas en el tros de unos parientes (nosotros llamamos tros a la finca, al huerto; también le llamamos muntanya, pero eso ya cuesta más de explicar: "¡Que tengo una montaña!", y la gente de fuera se piensa que eres un latifundista rico cuando, como mucho, quiere decir que tienes cuatro algarrobos y dos palmos de tierra, con una caseta para las herramientas). Al tema: el tros en cuestión tiene unos tres jornals (nosotros contamos la tierra por jornals: ¿cuánta parcela de cultivo puedes trabajar en un día?, pues eso es un jornal —tiene toda la lógica del mundo— y cuatro jornals son una hectárea). Tenemos, por lo tanto, un tros —una muntanya— de unos 7.500 metros cuadrados, cerca del río. El pariente en cuestión tiene plantados 240 mandarinos que dan una producción de unos 15.000 kilos. Si fuera para venderlas enteras, le pagarían unos 18 céntimos el kilo. Sí, 18 tristes céntimos. Este año, todo será para hacer zumos y se le pagarán a 2 céntimos el kilo. Sí, 2 miserables céntimos que me da vergüenza escribir.

Haced números y ya me diréis si le sale a cuenta seguir siendo campesino o si dentro de poco venderá la finca o la tendrá que dejar perder o si algún hijo o nieto la querrá heredar. Cuesta más cuidar la tierra que lo que le pagarán por la cosecha. Por eso vamos familiares y amigos a recoger, porque no se puede permitir alquilar a nadie para hacer de bracero —¡sólo le faltaría gastar más!— y para que el fruto no se estropee —¡qué pecado sería!—, ya que tampoco se puede dejar la fruta en las ramas, porque sino entonces el árbol no descansa y el año que viene no rendiría como es debido. Y así, camaradas, es como, al igual que les pasa en muchos a otros pequeños propietarios del Baix Ebre y el Montsià, tu entorno te ayuda en el trabajo del campo y de esta manera, al menos, no te sale tan costoso, que no quiere decir que te salga a cuenta, pero al menos no pierdes (tanto) dinero.

¿Se imagina usted que va a trabajar cada día sin saber si cobrará a final de mes y si cobra, no sabe a qué precio?

En la mayoría de cultivos cada uno se cuida de su negociado (cada cual recoge las olivas o planta el arroz), pero el mundo del cítrico es una historia aparte. Los campesinos socios de cooperativas o de organizaciones de productores sí que suelen recoger sus fincas (posteriormente ya se verá a qué precio liquidarán estas entidades a sus socios) pero gran parte del labrador medio no suele recoger su propio fruto. Él cuida la finca durante el año, riega y pone el abono y el amor, pero a la hora de espigar la mandarina o la naranja se hace un contrato con otra empresa externa que se encarga de todo el proceso: desde poner a los jornaleros hasta cargar toda la mercancía en las caja-paletas (cajas de grandes dimensiones) para después comercializarla. Son estas empresas las que pagan al campesino en función de la cantidad y la calidad del producto.

Hacia octubre firmas el contrato con un precio cerrado y la empresa te dice: ya vendremos a cogerlo. Después, puede ser que vengan o puede ser que no (sorpresa) y puede ser que te paguen o que no (estupefacción), o que te rebajen mucho el precio que se había acordado. El incumplimiento de los contratos, por los cuales los compradores se hacen cargo de recoger la fruta, es nuestro pan de cada día. ¿Se imagina usted que va a trabajar cada día sin saber si cobrará a final de mes y si cobra, no sabe a qué precio? Usted vaya sudando de sol a sol y después, al final de la carrera, ya veremos si le ha valido la pena.

El 95 por ciento de las mandarinas de Catalunya se producen aquí, donde las fincas son muntanyes, las hectáreas jornals y el río las riega, pero la gran mayoría van a Inglaterra y Alemania (llámales burros, también, ¿sabes?). La exportación es la que hace rentable el cultivo. ¡Eh!, y encantados de que en el extranjero se nos valore, sólo faltaría, pero hombre, quizás que pongamos dos dedos de frente, ¿no? Por ejemplo, Mercabarna —salvo contadísimas y honrosas excepciones— se nutre de cítrico de familias (por no decir clanes) provenientes sobre todo del País Valencià —sí, aquí sí que hablaríamos de montañas enteras— y a usted en el supermercado un kilo de mandarinas le cuesta unos 3 euros. Eso sí que es magia, pero de la negra.

El 95 por ciento de las mandarinas de Catalunya se produce en el Ebro, pero la mayoría se exporta y en nuestro país el precio que se le paga al campesino es miserable

No quieran ni saber la de toneladas de mandarinas que se quedarán en el árbol o se estropearán y la de cajas de cítricos que tenemos los habitantes del sur en nuestras despensas, gracias al hecho de trocar con amigos y parientes: ¡lo que recoges, para ti!, y así vamos, cargados de vitamina C por el mundo, que en cierto modo no está mal y los constipados pasan de largo, pero no es esto, compañeros. Se tiene que poner fin a esta sensación de barra libre, que al campesino se le puede maltratar, que él (o ella) aguanta siempre, que tira adelante, que la tierra es fuerte. Pues mira, quizás no. Quizás que alguien tome cartas en el asunto.

Ahora, desde el Departament d'Agricultura dicen que harán inspecciones más minuciosas para detectar los incumplimientos de los contratos de compraventa de los cítricos y sancionar a las empresas estatales que actúan como un oligopolio. Querría no dudar de estas buenas intenciones, sin embargo, chicos, la credibilidad es pequeña, el cansancio es grande y campesinos cada vez hay menos. En todo caso, y en la medida de vuestras posibilidades, comprad a pequeños productores, directamente al agricultor o a cooperativas decentes. Estaréis cuidando la tierra, la dignidad del que la trabaja y vuestra salud. Un buen hábito alimentario empieza por una compra responsable.