La muerte es como nacer: todo está detalladamente y bellamente preparado, aunque no nos lo parezca. La desconexión, si se puede ir organizando, es suave. Siempre es preferible llegar a esta sala de espera con cierta experiencia. Te das cuenta de que la conciencia que te ha acompañado durante toda la vida está fuera del tiempo y el espacio. Nunca ha estado en peligro. Irse es un parto y acaba bien. Sólo hay que soltar, permitir, aceptar e irte sin tener a nadie castigado en tu corazón.

La muerte es perder definitivamente la capacidad de cambiar, a pesar de que sea, precisamente, el mayor cambio al que nos enfrentamos. Es perder eso tan bonito de relacionarse con los otros, de ir en busca del contacto, de aprender a convivir. Es huir, en definitiva, del cáncer de la vida: el individualismo. Y eso lo dice una persona que ha muerto de cáncer.

Somos energía y hay que moverla con destreza. La mayoría de problemáticas del día a día no tienen que ver con el ser humano, sino con el poder. La maldad existe y también hay que saberlo. Y protegerse de ella, si se detecta.

Hacen falta obras que te hagan pensar en la vida, pero, sobre todo, hacen falta obras que te recuerden que morirás y que te ayuden a plantearte, como lo hace el protagonista, si podríamos soportar la vida que llevamos de no saber que algún día se acabará

Hay que estar preparados para morir, a pesar de ser un tema del cual no se habla mucho a lo largo de nuestra educación. Y cuando llegue el momento, tener amigos, tener una tribu. Es importante. Te ayuda a apreciar la belleza. También es sano aceptar con naturalidad que, en el proceso de desconexión, se depende de los otros y que a estos otros les parece normal y están encantados. Porque cuando quieres mucho a alguien es muy importante que te dejen estar a su lado. Eso, son amistades trabajadas. Formar parte de un colectivo te permite combatir y sobrevivir al insulto del opresor, al ultraje del soberbio, a la lentitud de la justicia, la insolencia de los cargos, al dolor del amor despreciado.

La persona que ha fallecido se llama Pep Pujol y piensa que el amor es alguien con el que es fácil reír. Que el trabajo es trabajar en lo que te gusta. Que la amistad es querer a las personas sabiendo que las personas cambian contigo y que algunas cambian tanto que te traicionan. Y si te traicionan, no hay que hundirse. Y, sobre todo, tú no: tú no traicionar nunca. Pep Pujol es el padre de la actriz Alba Pujol. Y Pep Cruz es el actor que hace, magistralmente, de Pep Pujol y acompaña a Alba en la obra que ahora hay en cartelera en la Sala Beckett: Aquest país no descobert que no deixa tornar de les seves fronteres cap dels seus viatgers. Una delicia que transporta al espectador a una realidad que tarde o temprano tendrá que abordar: la muerte. Y lo hace mirándote a los ojos, lo hace haciéndote aguantar la respiración, lo hace haciéndote reír.

Surge aquella necesidad de volver andando a casa después de haber vivido una experiencia intensa porque necesitas digerirla. Y quizás compartirla. Tanto puede ser una película, un espectáculo teatral, una puesta de sol. Un funeral. El director, Àlex Rigola, quería hablar de la muerte y Alba habló con su padre mientras a él se le iba acercando. Y en la obra hay mucha verdad, también por el peso del personaje de quien se habla. Por eso te deja sentada en la butaca, por eso ya ha vendido todas las entradas y por eso se agradecería que, algún día no muy tarde, se volviera a programar. Porque hacen falta obras que te hagan pensar en la vida, pero, sobre todo, hacen falta obras que te recuerden que morirás y que te ayuden a plantearte, como lo hace el protagonista, si podríamos soportar la vida que llevamos de no saber que algún día se acabará. Obras que te ayudan a recordar que si te caes, te tienes que levantar porque si no te levantas, alguien te entierra. Porque luchar es reír.