Llevas al niño a música y mientras está en clase de solfeo y antes de que lo lleves a clase de inglés, como no tienes tiempo de ir a ninguna parte en coche y volver, te tomas un cafelito en el bar de enfrente, esperando a que salga. Estás en medio de un atasco en el acceso a Barcelona y, mientras miras una fila de vehículos ordenadamente alineados dibujando una serpiente de lucecitas, tarareas una canción que suena en la radio y que te lleva a veinte años atrás, como mínimo. Tecleas en el ordenador y, mientras buscas las mejores palabras para responder a ese e-mail que lleva días descansando en la bandeja de no leídos (voluntariamente), tu mente se va sola al paisaje de fondo que se ve en la foto colgada en el corcho de la pared de la estancia. Subes al metro repleto y, mientras esperas tu estación, sacas el móvil y de reojo ves a un montón de figuras que hacen lo mismo, con la cabeza gacha y la claridad de la pantalla reflejada en las mejillas.

Te sientas en el sofá y, mientras el dedo pulgar va apretando arriba y abajo botoncitos del mando a distancia sin ningún horizonte claro, aparecen huelgas de hambre que hacen estremecerse la memoria y la conciencia, difamaciones infundadas contra extraordinarias personas amigas, miserables murmullos de bla bla bla que buscan eclipsar la verdadera luz con ruido de fondo. Te acuestas y, durante el rato que transcurre desde que cierras los ojos hasta que te duermes, en ese lapsus de todos los mientras juntos, repasas el día vivido e imaginas lo que vendrá mañana. Y se suceden caras amadas (algunas añoradas), abrazos abortados en el último momento, decisiones (nuevamente) pospuestas, conversaciones breves que aspiraban a más, mensajes no enviados, caricias vertidas en ninguna parte. Y, como quien cuenta ovejas, van pasando sobrinos que se hacen mayores, lenguas no mordidas, libros inacabados, propósitos de enmienda, sonrisas enraizadas, manos cogidas, llamadas perdidas, miradas fugaces, techos repetidos.

Son los mientras de nuestro día a día, esos intervalos de tiempo supuestamente llenos de nada en los que no tenemos tiempo para hacer nada más importante o grande, y que vamos llenando a base de pequeñas tareas y pensamientos cotidianos que requieren pensar poco, como si hubiésemos activado en el cuerpo el modo de bajo consumo. Hibernamos y no solo en invierno. Y no es lo mismo hibernar que embobarse. La hibernación está llena de los mientras cotidianos obligados, esos rinconcitos de la jornada que nos suceden entre las cosas de la rutina diaria. Embobarse es voluntario, queridamente buscado. Distraernos porque sí. Convertir el hecho de no pensar en nada, o en lo que realmente queremos, en una actividad por sí misma. Sana actividad, por cierto. Podar el pensamiento. Clarificar la conciencia.

A menudo es en estos espacios supuestamente vacíos e involuntarios donde se suceden los momentos de máxima lucidez, aunque no nos lo parezca. El subconsciente se activa y capta imágenes, sonidos, olores, que la vorágine de los hechos concretos no nos permite discernir con suficiente claridad. Por consiguiente, no hablaríamos tanto de tiempo muerto como de tiempo vivo. Tiempo vivo para que la mente se distraiga y juegue —sí, jugar— y volvamos a ser niños pequeños, que con su lógica infantil a menudo ven más claro que los adultos con su raciocinio hecho a base de experiencia. Durante los mientras acostumbramos a desenfocar la mirada. Eso de los ojos que acechan pero no ven, con la mirada como perdida fijada en la fila de lucecitas de la carretera o en el cursor centelleante del ordenador o en el móvil o el café, pero sin ver claro del todo.

Si sumásemos los mientras sueltos de cada día, ¿cuánto rato nos saldría? Deberíamos prestar más atención a los pensamientos e imágenes acumulados dentro de esta suma de mientras, porque tiene más de nuclear que de tangencial. Convertir el subconsciente involuntario en un embobarse voluntario. Les ponemos cursiva a los pequeños paréntesis del día, y a lo mejor resulta que en realidad son el trozo de texto en negrita al que deberíamos prestar más atención. La vida está llena de mientras que merecen perder la cursiva para pasar a ser titulares.