¿Qué dosis de egoísmo existe en un acto de generosidad o de solidaridad? Seguramente dependería de quien hiciera la fórmula química -o mágica, porque a veces hace falta un poco de sortilegio para meter según qué sentimientos-, cada laboratorio escogería su porcentaje más adecuado y probablemente nunca llovería a gusto de todo el mundo. Lo que parece claro es que ser útiles a los otros nos hace sentir bien, lo que, claro está, no quita mérito a la acción generosa en sí misma, sobre todo si la acción en cuestión acaba dando buenos resultados. Eso me lleva a la siguiente pregunta: ¿y es suficiente con la buena intención para que una acción sea buena? ¡Ay, chicos! Depende. ¿De qué? De si eres quien hace la acción o quien la recibe y depende también de lo que cada uno interprete como bueno. Por ejemplo, hacer una sorpresa o un regalo a un amigo o tratar de ayudarlo, a priori, entraría en el ranking de buenas acciones, ¿no? Ahora bien, como tendemos a actuar en función de lo que a nosostros nos gustaría que nos hicieran, corremos el peligro de no tener en cuenta la opinión del otro lo suficiente. Y, ¡ay madre mía de mi corazón!, esta misma argumentación es reversible: o sea, que valdría también para defenderse la otra parte, para acabar de tenernos bien aturdidos.

Si eres desprendido y la buena intención se presupone, entonces ¿qué baremo seguimos para saber en qué punto se encuentran la línea de quien hace la acción con la de quien la recibe? ¿En qué momento del recorrido la isobara se mueve más de la cuenta? Si le das a alguien lo que tú querrías, puede ser que reciba más de lo que necesita. No se puede medir con el mismo rasero cuando el afecto es lo que se mide, te arriesgas a dar más de lo que piden (o merecen). Asimismo, a mi entender, el mérito mayor es estar en disposición de poder hacer daño y decidir no hacerlo. De la misma manera, la enorme miseria también la encontramos en quien, teniendo capacidades y aptitudes para actuar correcta y bondadosamente, escoge el camino mediocre, por afán de protagonismo o de poder o de vete a saber qué.

Igualmente, a pesar de nuestras carencias particulares y propósitos de enmienda pendientes, no hay que perder de vista que en el mundo hay personas tóxicas, esas un poco radiactivas. O sea que no todo es quién hace, sino también quién empuña. De este tipo de personas conviene alejarse y no desgastarse demasiado en el combate, ¡eh! y sin ningún tipo de remordimiento. Suelen llevarte a su terreno y allí ellas siempre ganan porque, por suerte, es un camino mezquino que tú no tienes trillado, ¡ni ganas! Os diré también que el día que caiga bien a todo el mundo o que todo el mundo me caiga bien a mí, me preocuparé. Solo hay que saber el grado de implicación con cada ser humano. Conocer al personal, vaya, y no dejar de ser nosotros mismos, sino simplemente (y simple no lo es para nada) escoger bien con quien lo somos. Ante esta gente hay que protegerse y si alguien dice algo, contestas: "no es que yo sea egoísta, es que soy generosa conmigo misma". Y te quedas tan ancha. Por suerte, existen también personas despensa, a las que siempre puedes acudir cuando tienes un poco de mal de corazón. Aquellas que, a pesar de todo, acaban haciendo buena la frase de Epicteto que tengo escrita con letras grandes en el tabique del comedor de mi casa: "No reprimas nunca un impulso generoso".