Del mismo modo que en catalán se dice que de mica en mica s'ompli la pica​ (en castellano se diría "gota a gota se llena la bota") y se dice en un sentido positivo —de constancia y esfuerzo y de consecución de objetivos— la mencionada pila también puede acabar rebosando de pequeñas porquerías que la gente lanza sin delicadeza. Hasta atascarla. Entonces, con las cañerías de la vida acumuladas de miserias, que cuando te quieres dar cuenta no sabes ni de dónde han salido ni cuándo empezaron a rebosar, hay que avisar al lampista a toda prisa para que quite el tapón. Ciertamente, no iría nada mal que en la escuela desde pequeños nos enseñaran nociones básicas de fontanería y supervivencia emocional, más que no tantas raíces cuadradas que no nos ayudan a salir de ningún mal momento de nuestro día a día mundano.

La bondad excesiva es como azúcar para las moscas pesadas que sólo buscan su propio interés o para las abejas que si bien hacen deliciosa miel, después no la comparten con quien ha regado las flores para que vivieran. A veces, ves llegar a personas que son como abejas: vagan por tu balcón, flirtean con tus flores, sacan el néctar necesario para hacer la miel y después va y la regalan a otra persona o se la beben ellas o desaparecen un tiempo largo sin dejar ninguna nota de despido —¡tranquila, que estoy bien, voy a recorrer otros balcones y ahora vuelvo!— o bien, simplemente, cambian de opinión en seco y abandonan la tarea y la esperanza, eso que Pompeu Fabra decía que nunca teníamos que desatender.

Bajar en exceso el umbral de la transigencia contribuye a hacer demasiado difusa la línea que separa tu ser genuino del que los otros querrían modelar

Bajar en exceso el umbral de la transigencia contribuye a hacer demasiado difusa la línea que separa tu ser genuino del que los otros querrían modelar. No se puede medir todo el mundo con el mismo rasero y aquella frase de que lo que no quieras para ti no lo quieras para nadie no siempre funciona, porque cada persona tiene su gusto e idiosincrasia. A eso mi yaya decía que cada uno es cada quien. Y si bien es cierto que un jorobado nunca se ve la joroba y que todos tendremos nuestras pequeñas taras, no es menos verdad que hay un mínimo abecé emocional que todo el mundo tendría que conocer y practicar.

Dentro de nuestro día a día tendrían que ser cada vez más inadmisibles actitudes que contuvieran cinismo, arrogancia o hipocresía: la santísima trinidad de lo execrable. Vengan de donde vengan y sea quien sea su portador. Una cosa es venir a besar la gazania o el jazmín de mi balcón y otra es practicar la invasión de intimidad, la falta de respeto o las indecisiones perpetuas. Cuando no la comedia victimista o el chantaje emocional. Todos nos equivocamos o despistamos, pero hay que saber gestionar el error o el descuido. Y si quien visita nuestra casa no lo sabe hacer, pues conviene cambiar la cerradura o meter otra de refuerzo que sólo conozcan unos cuantos o, si me apuráis, nadie, porque es muy pesado tener que bajarse del burro sin haber subido.

Ser implacable con el intolerante es actuar en defensa propia

Los humanos tendríamos que nacer teniendo incorporado de serie aquel nuevo sistema de los coches: sensores que pitan cuando estacionas el vehículo y te acercas demasiado a la pared. De lo contrario, vamos por el mundo aparcando de oído. Hay gente que se gana a pulso que te alejes de ellos, guardando una estudiada distancia de seguridad. No quiere decir desaparecer del todo ni borrar el afecto, simplemente es huir de la condescendencia y curarse en salud. Se habla mucho —y con razón— del cambio climático en el planeta, pero el medio ambiente interior, el íntimo, también hay que protegerlo, si no, el ecosistema particular se desajusta. Adaptarse no es rebajarse.

Las personas que generan un decalaje entre lo que dicen y lo que hacen, entre la tentadora mirada primera y la incoherente palabra posterior, podrían desestabilizar al ser más constante, benévolo e indeleble y hacerle creer que son tus ojos los que tienen una mirada sesgada, cuando en realidad el comportamiento errático y desorientador le viene de fuera, de una veleta del mal tiempo con patas. Se trata de incivismo emocional que suele ser practicado de manera sigilosa y es difícilmente perceptible. Hay que estar bien atenta e, incluso así, en un abrir y cerrar de ojos te puedes encontrar con la pila llena de maldad. A medida que la pandemia se ha ido controlando y se ha recuperado el ritmo habitual, el ruido ha vuelto a las calles y a la vida, quizás las interferencias que ahora aparecen generan más molestia, porque venimos de un silencio absoluto y hoy resuenan más fuertes. En todo caso, siempre queda perfume en las manos de quien ha regalado flores y ser implacable con el intolerante es actuar en defensa propia.