Con el tiempo acabas viendo que en la vida no hay nada juzgable, que nadie puede tirar la primera piedra y que a todos nos rodean pequeñas incoherencias que hacen difícil emitir veredictos sobre otras personas y situaciones. Si damos eso por bueno, entonces casi lo único que puede distinguir un hecho de otro, o una persona de otra, es el 'cómo'. Cómo hacemos las cosas, cómo tomamos las decisiones, cómo las explicamos, cómo las asimilamos. Todos nos equivocamos, lo que nos diferencia es cómo afrontamos el error, cómo lo comunicamos, cómo lo asumimos. Cómo tratamos de no repetirlo, cómo intentamos no herir y seguir adelante.

La manera y el tono definen mucho a una persona. Dar una mala noticia, abandonar un proyecto, dejar una relación de pareja, despedir a alguien del trabajo, sostener una ideología determinada, alejarse de una amistad, aprender a decir que no... Todo puede ser comprensible y defendible llegado el caso. Nos podemos encontrar en uno u otro lado de la historia en función del momento vital y a menudo la línea que nos hace estar en un lado o en el otro es muy fina. Por lo tanto, tengamos memoria y cuidado de nuestro entorno personal y emocional. Procuremos tratar como querríamos ser tratados o, al menos, intentemos no causar el sufrimiento que no querríamos sufrir nosotros. Porque al final, con tiempo, el 'qué' se suele superar y perdonar, pero aquello que perdura es el 'cómo' se produjo. La herida es más del cómo, no tanto del qué. Y eso, no se olvida.

Con tiempo, el 'qué' se suele superar y perdonar pero lo que perdura es el 'cómo' se produjo. La herida es más del cómo, no tanto del qué. Y eso, no se olvida

Hay que decir que, aparte del 'cómo', importa más el 'quién' que no el 'qué': no te daña tanto el dolor en sí mismo como quién te lo inflinge. Una misma ofensa, depende de quién venga, puede ser inocua, simplemente molesta o dolerte en el alma. Se recoge lo que se siembra y labrar las emociones es imprescindible para tener un buen paisaje emocional que nos rodee. Con una buena cosecha se puede ir por el mundo y no tenemos que esperar siempre la lluvia (cada día, por cierto, más escasa). Hay que regar también nosotras mismas.

Tomamos decisiones constantemente y el respeto y afecto hacia los demás tendría que ser siempre la veleta que nos moviera a la hora de tomarlas. Todas llevamos nuestra mochila, recordémoslo cuando abrimos la boca, cuando cerramos las orejas, cuando caminamos, cuando ahorramos abrazos. Si las formas no son las adecuadas, después no se puede pedir comprensión. Tampoco poner buena voluntad garantiza que la acción resultante sea siempre buena, sin embargo, tiene muchas más probabilidades de éxito, entendiendo como éxito eso: ser persona.