Pasean arriba y abajo por su pasado reciente, cogidas de la mano, dos amigas que se conocen de hace tiempo: la experiencia, realista y retozona cuando quiere, y la inocencia, ingenua incluso sin querer. Recuerdan juntas una misma situación. La primera, todavía con pesar; la segunda, ya con melancolía. Dos miradas de un mismo hecho. Asumida la pérdida, el filtro empieza a cubrirse de telarañas. Las visiones se diversifican. El aferramiento a una esperanza. La liberación de la añoranza.

Cuando la nostalgia sólo sabe volar hacia los momentos bonitos de las malas experiencias, hace falta que la memoria ancle los recuerdos en tierra firme y mostre la imagen entera del añorado pasado. Aprender a mirar el desierto no es fácil para quien quiere ver sólo el oasis. Que hay personas irrepetibles, lo sabemos, de la misma manera que mirar atrás demasiado a menudo mis puede hacer convertir en estatua de sal.

Cuando la inocencia tan solo recuerda los pétalos de la rosa, es necesario que la experiencia saque del bolsillo las espinas todavía clavadas. Las cicatrices son, pero si no las miramos nos parecerá que aquella herida, que no merecíamos, nunca pasó. Es bueno no ser una persona rencorosa. No es bueno ser una persona desmemoriada. De lo contrario, se corre el riesgo de echar de menos sólo la parte del otro que no hacía daño. Evocar sesgadamente es peligroso. Nuestra dignidad merece ser mirada con afecto y atención.

Aprender a mirar el desierto no es fácil para quien quiere ver sólo el oasis.

La experiencia dice que mejor no volver a exponer el corazón a la misma persona. Que si alguien ha cambiado de actitud de manera inesperada y progresiva, lo más probable es que, en realidad, esta ya fuera su manera ser, que probablemente ya era así y tú no lo habías descubierto. La inocencia, en cambio, cree que, tal vez, aquella persona amada se ha ido transformando –quizás por malas influencias, quizás por la propia espiral de la vida– pero que volverá a ser quien era, a ser como era, a abrazar como abrazaba. Las dos amigas –que, eso sí, siguen sabiendo perdonar como perdonaban– siguen paseando, manos cogidas, sin llegar a ningún acuerdo.

Cuando sólo el silencio puede curar, como sólo el poder y el temor saben seducir y destruir, es entonces cuando hace falta, más que nunca, mirar adelante y disfrutar de la quietud y la soledad. Contemplar el retrovisor por si nos siguen sólo serviría de algo si alguien realmente nos quisiera acosar. El olvido selectivo tergiversa la realidad y juzgar el pasado con la experiencia del presente es hacer trampa. Nuestra alma ha hecho méritos para ser curada.