Las áreas de servicio de las autopistas son un hormiguero y se oye hablar la misma lengua. En la carretera, centenares y centenares de vehículos de todo tipo se saludan sin conocerse. Hay varias maneras de hacerlo: haciendo sonar ligeramente el claxon -no vaya a ser que la gendarmerie nos regañe-, haciendo volar las banderas por la ventanilla, moviendo el brazo como si fuera un limpiaparabrisas alocado o simplemente sonriente, que suele ser la mejor de las complicidades y la más contagiosa, además de un idioma universal. Por cuántos caminos el hombre tend que pasar antes de que llegue a ser alguien.

La caravana terrestre, seguida de cerca por numerosos aviones a diez mil pies de distancia en línea recta hacia el cielo y por varios trenes en paralelo a ambos lados, lleva decenas de miles de personas hacia Bruselas. No se hacen más de quince horas de carretera o de raíles de ferrocarril así como así, ni porque te obligan, ni por aburrimiento y todavía menos pagándoselo cada uno de su bolsillo. Es la fuerza de un pueblo en movimiento que atraviesa Europa para decir que quiere un estado propio y que quiere que las personas presas políticas y exiliadas puedan volver a su casa, en libertad. Es la dignidad y el convencimiento de una lucha que se puede compartir más o menos pero que no se puede obviar ni judicializar y que habla directamente a la conciencia de los demócratas. Cuántos mares tend que cruzar una paloma blanca para dormir en la playa segura.

Pocos días antes, desde la organización me llaman por teléfono y me piden que cante "Blowing in the wind" como clausura de la manifestación y me dicen que lo haga en cuatro idiomas: catalán, castellano, inglés y francés. ¡Venga, casi nada! El acto tiene vuelo internacional y todo gesto será agradecido y necesario. El mundo mis mira. Y ya me veiu a mí todo el viaje de ida conduciendo y cantando, estudiándome la letra. En el reproductor de música de la furgoneta suenan en bucle las cuatro versiones durante horas y horas y yo voy memorizando estrofas y traduciendo mentalmente. Pero es mi deber ya que es mi trabajo. Los dos amigos copilotos, Marta y Joseba, que me acompañan a la hilera de asientos de delante, quizás sí que acabaron un poco hartos de la cancioncilla. Todo por la causa, chicos. Eso amigo mío sólo lo sabe el viento, escucha la respuesta dentro del viento.

Hoy hace tres años de la manifestación en Bruselas. Hay que seguir con convicción y lealtad. Cuando vas en bicicleta si dejas de pedalear, te caes

Los calles de la capital belga se colapsan de gente con esteladas y paraguas que soportan estoicamente una lluvia fina y constante y un frío de mil demonios. Me recuerda el 9 de septiembre de 2001 cuándo miles de ebrenses invadieron la misma ciudad al grito de "lo riu és vida" y la llenamos de azul. Llovía y hacía un frío que pelaba y clamábamos al cielo por una nueva cultura del agua. Entonces el Delta todavía se podía salvar. Ahora, honestamente, empiezo a dudarlo y me duele en el alma. Aquella, la del río, fue la mayor manifestación hecha en Bruselas hasta entonces por personas venidas de otro país. El récord lo volvimos a batir los catalanes con la del 7 de diciembre de 2017. Pas mal. Eso quiere decir que somos valerosos, sí. Y constantes, sí. Pero también quiere decir que nos sentimos agredidos demasiado a menudo y que nos toca reclamar una justicia medioambiental, social y nacional que se tendría que impartir sin tener que exigirla. Y seguramente también significa que esta Europa que querríamos tiene que hacer todavía muchos deberes. Cuántas veces podremos volver la cabeza fingiendo que no nos hemos dado cuenta de ello.

El escenario donde canto y donde se harán los parlamentos es un camión, un trailer semicubierto con equipo de sonido y luces incorporado. La plaza y todas las calles que conducen a la plaza están llenas a tope. El acto ya va. Poco rato antes de mi actuación me siento dichos congelados por el frío y empiezo a sufrir por si podré tocar bien la guitarra, que ha venido conmigo desde Tortosa tumbada encima de la cama, en la parte de detrás de la furgoneta. Pido refugiarme un momentito en la parte de detrás del escenario, para entrar un poco en calor. Es un pequeño pasillo oscuro y estrecho donde se guardan chaquetas, cables y otros armatostes pero me servirá. Cuántos oidos debermos tener para oír cómo lloran por todas partes.

Al entrar veo una silueta a pocos metros, inmóvil y medio curvada. No se ve exactamente quién es y mientras me acerco, guitarra en mano, la figura se da la vuelta. "¡Anda! ¡El president Puigdemont!", exclamo. Me salió así tal cual, qué queréis que os diga. Tratando de mantener la compostura le pregunto, como si lo conociera de toda la vida: "¿qué hace aquí, presidente?" y el hombre, con un hilillo de voz, acurrucado y las manos en los bolsillos del abrigo, me dice: "estic cardat de fred!". Fue un impacto oírle decir eso y así, acostumbrada a sus discursos tan juiciosos y educados. Temblaba y todo, pobre. En breve le tocaba intervenir a él desde el atril, después del discurso espectacular del conseller Toni Comín. Dejo la guitarra al suelo como puedo, el espacio es muy pequeño, me acerco más y le digo: "tengo la solución, darle un abrazo". Sonríe, nos miramos y nos abrazamos un rato mientras le friego la espalda con las manos, que a mí tampoco me va mal un poco de calor. Todavía ahora cuando pienso me entran la risa y la emoción al mismo tiempo. Eso amigo mío sólo lo sabe el viento, escucha la respuesta dentro del viento.

Al entrar en el pasillo con la guitarra veo una silueta a pocos metros: 'Xèic, lo president Puigdemont'. Me salió así, como si nos conociéramos de toda la vida

Hoy hace tres años justos de aquel día y he querido escribir este texto en tiempo presente como si fuera ahora porque, de hecho, a pesar de haber llovido mucho más desde entonces, un poco estamos donde estábamos: en la construcción de la República Catalana e, incomprensiblemente, todavía con personas en el exilio y en la prisión. Hemos madurado, hemos aprendido de los errores, nos hemos vuelto a equivocar. Nos enemistamos y reflexionamos y formulamos preguntas todavía sin respuesta clara. En algún momento, incluso habríamos querido soltar el carro por el acantilado pero estamos aquí y hay que seguir estando. La represión ideológica no se detiene y nosotros tampoco tendríamos que hacerlo. Cuando vas en bicicleta si dejas de pedalear, te caes. Cuántos años podrá una montaña existir antes de que la derrumbe el mar.

Dos de las herramientas para seguir avanzando con firmeza y esperanza son el Consell per la República y el Debat Constituent. El primero es una institución plural, que desde el exilio y lejos de los tentáculos de la injusticia española trabaja para configurar el nuevo país que queremos. La importancia de este nos es primordial, a veces no sé si somos lo bastante conscientes, en especial de la relevancia de los consejos locales, que tienen que aportar la capilaridad republicana al país y el arraigo en el territorio. Desde el municipalismo, la lucha se fortalece. Con respecto al segundo, el Debat, es el proceso participativo de la ciudadanía, un proceso transversal, inclusivo y diverso que tiene que establecer las bases constitucionales para el futuro político de Catalunya y definir, desde la calle, qué país somos y cuál aspiramos a ser. Cuántas veces podremos mirar arriba, antes de llegar a ver el cielo.

Es cierto que las agresiones externas son duras, que a veces los palos en las ruedas parece que nos los ponemos nosotros mismos y que, demasiado a menudo, el comportamiento de algunos representantes o partidos políticos deja mucho que desear y quizás nos desanima, pero a pesar de todo la gente tenemos que ser de duros e inasequibles al desánimo. Tenemos que trabajar en paralelo a las dificultades y a la represión, en primer lugar porque de esta manera las combatimos y, en segundo lugar, porque así cuando llegue el momento de volver con más fuerza nos encontrará con los deberes hechos. Tenemos que estar preparados y el músculo se consigue manteniendo el entrenamiento, a pesar del cansancio o la decepción puntuales. Hacen falta convicción, lealtad, tiempo para pensar y abrazarnos cuando haga frío. Si miramos atrás veremos el gran camino que ya llevamos recorrido. ¡Quién nos lo iba a decir! Es cierto que a menudo nos puede parecer que no avanzamos como querríamos pero es que los que se dan menos cuenta de un cambio son aquellos que lo están viviendo. Cuánto tiempo la gente tendrá que seguir para ganarse la libertad.