Cerramos los ojos cuando queremos recordar alguna cosa importante porque la mirada interior es siempre más nítida y honesta que la que enfoca hacia fuera. Repasar mentalmente y a oscuras un itinerario emocional, a menudo da mejor resultado que intentar verlo a plena luz del día, con las interferencias e interrupciones de la calle y la sociedad.

Hablamos en voz alta -incluso estando solos- cuando queremos que lo que estamos diciendo sea cierto. Verbalizar un pensamiento lo hace tangible, lo acerca al mundo del tacto. Le da forma y lo hace posible. La voz resuena y aquello que se pronuncia, se ve entonces con otra perspectiva. Si, además, lo decimos con música la memorización es más rápida y eficaz. Aquello que se canta, existe.

Un estudio hecho recientemente en Noruega concluye que los niños y los jóvenes aprenden mejor si escriben a mano que con teclado. Yo me atrevería a decir que a los adultos también nos pasa. Se ha analizado la actividad neuronal del cerebro cuando se hacen ambas actividades y se ha descubierto que la escritura a mano y el dibujo son necesarios para garantizar que la juventud asimile los aprendizajes que hacen en la escuela. Sí, el dibujo, aquel que casi siempre se relega, también.

Escribir a mano ayuda a aprender mejor. Hay acciones que antes de aparecer, suceden dentro de nuestra cabeza y eso las hace imborrables

Escribimos a mano cuando no queremos olvidar, cuando deseamos que las palabras sean verdad. Quien sabe si más verdad que la realidad misma. Incluso añadir unos trocitos de ficción, a veces, no va mal para hacerlo más creíble (o digerible). Al mismo tiempo que el boli pinta la hoja en blanco las palabras se marcan en el cerebro, como si fuera un papel de calco. Una copia de seguridad imborrable.

Las nuevas canciones, ideas, letras, música. Artículos, poemas, cartas (sí, todavía envío cartas) y si acaso después lo paso al ordenador. Siempre lo escribo todo a mano y además no borro nada: tacho o pinto. Así veo siempre todas las versiones previas, por si quiero recuperar alguna, para ver la evolución del texto. Me ayuda a recordarlo, a ver más claro y con la memoria fotográfica sé a qué rincón de libreta lo anoté y a aquella esquina acudo cuando busco mentalmente la solución.

Hacemos resbalar el lápiz en el papel y milésimas de segundos antes ya se activa aquello que queremos decir. Y lo plasmamos, como si alguien nos lo dictara. Cerrar los ojos, hablar en voz alta, cantar, dibujar, escribir a mano. Son acciones que requieren de una cierta actividad neuronal previa. Preparar el terreno. Tensar el arco antes de soltar la flecha. Acciones que antes de aparecer, suceden dentro de nuestra cabeza. Por lo tanto, de alguna manera, pasan dos veces. Quizás por eso las aprendemos y las recordamos mejor.

Hace pocos días conmemorábamos el nacimiento de Mercè Rodoreda, habría cuplido 112 años el 10 de octubre. Cuentan que en una ocasión le preguntaron si ya tenía su próximo libro acabado y respondió: Sí, ya lo tengo acabado. Lo tengo aquí -y se señaló la cabeza. Ahora, sólo me falta escribirlo.