A veces hay personas que son como aquella ficha de dominó suelta que, para no ser tumbada por la velocidad adquirida de la propia hilera, se queda dignamente plantada en medio de la hilera y no permite que el ímpetu del resto la mueva. A primera vista pueden parecer el aguafiestas de turno que impiden que la pequeña carrera continúe cayendo en armoniosa (y aburrida) melodía —tac, tac, tac, tac, tac— pero es también una cuestión de dignidad y de supervivencia: caer aplastada por el doble seis no es una opción. Es preferible salir de la fila o quedarse de pie y decir: hasta aquí.

A saber: hasta aquí de cambiar la lengua si la mía es el catalán (contrata un traductor). Hasta aquí de mostrarte afecto si tú no me tienes en consideración (que si se ama no es tan difícil estar). Hasta aquí de disimular que me importa un tema o una persona si no me aportan (ya no tenemos edad para ir perdiendo el tiempo). Hasta aquí de trivializar un micromachismo (¡no debemos dejar pasar ni uno!). Hasta aquí de dejarse llevar por la mayoría si al abrigo de una determinada minoría se está mejor (en los márgenes también se vive bien). A veces la victoria no es ganar ninguna partida, ni que todas las fichas quedan tumbadas después de una espectacular coreografía previsible. A veces es, simplemente, quedar inmóvil. Cerrar la carpeta sin que volver a abrirla haga daño, sin que exista la tentación de volver a mirarla y, si la hay, que la nostalgia pretérita no supere el realismo optimista presente.

Hasta aquí de cambiar de lengua si la mía es el catalán, hasta aquí de mostrarte afecto si tú no me tienes en consideración

Sí, este artículo también es para ti. Que de tanto leer entre líneas te inventas palabras e interpretas más allá del significado real de las mismas. Que empujas la primera ficha como aquel que no quiere la cosa, sabiendo que con el golpecito inicial puedes acabar hiriendo alguien o señalando a aquella que se queda de pie, como si fuera culpable de algo. Para ti, que con tu malinterpretación consciente bajo del brazo la esparces a los cuatro vientos como si fuera cierta. Para ti, que le buscas los tres pies al gato y, como no tienes nada más que hacer en la vida, los acabas encontrando —claro—, cuando lo que tendrías que hacer si no tienes trabajo es peinarlo, al gato, y dejarnos al resto en paz dentro de nuestras frases hechas sin tergiversaciones y llenas de sentido común.

A veces hay que permanecer quietas. Plantarse en medio de la serpiente que dibujan las fichas, mientras el resto de piezas van acelerándose felices como corderitos que no se plantean nada sino que, simplemente, van haciendo y si ahora toca volcar, pues para abajo se ha dicho y a esperar que alguien más las levante de golpe para devolverlas a la cajita. Algunas de nosotras preferimos apuntalarnos para que la ola no se nos lleve o bien apartarnos de la hilera antes de que llegue el impulso monótono que nos haga ser cómplices de una inercia creada por algún dedo malintencionado que ha decidido que caer justamente ahora era la mejor opción. Llevar la contraria no es ir a contracorriente. Quizás es mantenerse, dentro de la corriente, y fluir y dejar fluir. Vivir y dejar vivir.