Se cruzaron nuestras miradas como se cruzan en el cielo las rayas de los aviones y supimos mantener el vuelo como quien sopla a los angelitos del diente de león. Y mientras veíamos alejarse los penachos, como pequeños paraguas de algodón suspendidos en el aire, pedíamos deseos que pensábamos que serían escuchados y sobrevolábamos el mundo, inmunes a sus circunstancias. Éramos como un cielo de verano, claros, azules, rasos, limpios. Sorteábamos los truenos haciendo slaloms, como quien aprende unos pasos de baile mientras juega haciendo zigzags sin pisarse. Y si llovía, hacíamos copas con las manos y bebíamos a chorro. No sabíamos lo que era la sed.

Tan profundo como fue el sentimiento de estima puede acabar siendo el abismo de olvido. Las paredes de la cueva por la que se va escurriendo un recuerdo resbalan como antes fluían los besos y hacia el final de la galería, la oscuridad ya casi ni permite avistar el perfil que dibujaba la vivencia. Se vuelve borrosa la remembranza hasta que se difumina de manera tal que acaba pareciendo más un sueño dudoso que una realidad olvidada. Las rayas de los aviones empiezan a deshacerse hasta dispersarse tanto que los ojos parpadean intentando distinguirlas en el cielo.

La lluvia es necesaria pero ya sabemos que a veces no sabe llover. Ni en el corazón ni en el campo

La lluvia es necesaria pero ya sabemos que a veces no sabe llover. Ni en el corazón ni en el campo. Para evitar maldades en el campo, durante décadas, y hasta no hace tanto, en el Delta del Ebre se tiraban cohetes en el centro de los truenos para deshacerlos y que no lloviera en exceso cuando el arrozal ya estaba inundado. Por el territorio todavía se pueden encontrar una docena de coeteras: pequeñas construcciones de cemento donde se guardaba esta peculiar pirotecnia y que están declaradas Bien Cultural de Interés Nacional. En principio, se rompía el hielo de los nubarrones para que no granizara pero sí lloviera con mesura. Dentro del cohete había yoduro de plata para deshacer el granizo aunque, a menudo, lo deshacía todo: el granizo, el agua y la tormenta. Era un recurso sencillo contra las granizadas para salvar la cosecha.

No siempre el corazón se salva como se salva el fruto, la siega o la vendimia. Porque dijimos que éramos invencibles como los fuegos artificiales. Porque estallábamos y éramos libres pero ahora la bici no tiene pedales, ni el cohete aleja fantasmas, ni los angelitos / paraguas flotantes del diente de león nos pueden proteger de la lluvia intensa. Porque todavía no sabemos cuándo nos empezamos a rendir ni cuándo dejarán las nubes de tener la forma de una cara amada que luchamos por desdibujar. Mientras tanto, como un limpiaparabrisas en pleno diluvio, intento borrar tu recuerdo de mi cristal triste. Volvería a llover, a pesar de mis cohetes para deshacer truenos.