Hay personas que son como planetas. Con su campo magnético te atraen y sin saber ni cómo, ni por qué y casi de un día para el otro, te encuentras orbitando a su alrededor. Una fuerza centrípeta te absorbe hacia su núcleo y a pesar de dar vueltas cíclicamente no te mareas, sino al contrario, más bien flotas, ligera y vaporosa. Lúcida. Los planetas giran y giran sin caer ni marearse nunca. Newton y Kepler lo explicarían todo a través de la física, y no les faltaría razón, pero yo también creo que es como si los planetas estuvieran enamorados, como los humanos, inmersos en un cortejo eterno, danzando en el firmamento. Atrapados en el campo de gravedad de una mirada perpetua y cautivadora.

Esta semana se ha iniciado un hecho astronómico de aquellos extraordinarios que se podrá contemplar hasta mediados de agosto y que se conoce como el desfile de planetas. Se trata de un fenómeno que sucede cuando algunos o todos los planetas del Sistema Solar (los otros sistemas no lo sabemos, que vete a saber si estamos solos o no) aparecen en una misma parte del cielo y en el mismo momento. Ahora, desde el atardecer y a lo largo de la madrugada, ya se pueden ver a simple vista Venus, Marte, Júpiter y Saturno. El 22 de julio, Mercurio se añadirá a la fiesta y Urano y Neptuno están tan lejos que sólo se podrán ver con un telescopio. Pero allí estarán, detrás de todo de la fila.

Se trata de un fenómeno que sucede cuando los planetas se encuentran alineados al mismo lado del Sol

Este desfile se genera cuando los planetas se encuentran al mismo lado del Sol, formando una especie de línea que en el ojo humano es recta pero que en realidad no suele serlo tanto porque juegan diferentes dimensiones y planos que no percibimos en su totalidad. Sus elípticas, que normalmente dibujan órbitas diferentes y va cada una a su ritmo, de vez en cuando se encuentran y los hacen coincidir en un mismo lado de esta luz gigante y redonda que nos da vida. La última vez fue hace 38 años y el próximo será el 2.161, es decir, dentro de 141 años. Vete a saber si en aquella época habrá en la Tierra alguna raza viva y consciente capaz de contemplarlo y agradecerlo.

En la fiesta del desfile de planetas, el fin de semana se añadió la luna llena, más que nada para poner un poco de luz al milagro. Y el milagro es, más que el desfile en sí, el hecho mismo de seguir caminando, de seguir flotando, que seguimos emocionándonos y descubriendo, que todo gira y no se cae. Los planetas son de una lealtad enorme, siempre en torno a su mismo y querido astro, dibujando elípticas de diferentes formas y figuras, entreteniendo a los astrónomos y sus telescopios con movimientos que lejos de ser aburridos, por rutinarios, se convierten en esenciales, risueños y distraídos.

Personas y planetas se pueden quedar atrapados en el campo de gravedad de una mirada perpetua y cautivadora

Ahora que los planetas están retozones y se han alineado en una recta imperfecta (o en una curva ideal, según cómo se mire) y que se encuentran todos en el mismo lado del Sol, alineados, como haciendo cola para entrar en el cine, ahora —digo— mirar al cielo nos hace todavía más chiquitas, a las personas, me refiero, a la vez que nos acerca y nos demuestra que tenemos más en común con el firmamento del que nos pensamos. La influencia de la energía cósmica en los procesos de la Tierra parece evidente, miremos sino cómo solo la luna mueve océanos, modela caracteres y se coordina con los ciclos femeninos y de la naturaleza. Al mismo tiempo, este desfile nos muestra unos planetas más humanos, capaces incluso de enamorarse. Dos cuerpos en mutua atracción gravitatoria que describen elípticas. Una conjunción astral en el cielo, un imán en la Tierra. Abrimos los ojos y miramos arriba, que los planetas enamorados desfilan todos bien cambiados y quieren enseñarnos cómo se aman.