Cumplir años es crecer, más que envejecer, aunque el tiempo pasa para todo el mundo y el esqueleto va sumando décadas. Cumplir años tiene aquella doble vertiente: la alegría de estar vivos —sobre todo cuando has tenido una pérdida próxima y antes de tiempo— y el vértigo de mirar hacia adelante y ver que ya te ha pasado media vida y que, probablemente, queda menos por recorrer de lo que llevasandado. Quizás ya hemos vivido más de lo que viviremos, en años de vida que no en vivencias porque no sabes nunca qué te falta por sentir ni por conocer. Eres inevitablemente mayor cuando en realidad no te sientes mayor.

Las cicatrices emocionales se van volviendo misteriosamente ligeras, a pesar del escozor esporádico, y las físicas son motivo de orgullo de cuando de chiquillos —y no tan chiquillos— nos subíamos a los árboles. Pantalones cortos y rodillas peladas. Tiritas y mercromina que todo lo curaban y la mejor de las sanaciones: el abrazo de la yaya o el beso del yayo. ¿En qué momento se deja de hacer todo aquello que nos gusta y que nos hace sentir jóvenes pero que la edad o la sociedad dicen que se supone que ya no nos corresponde? Saltar de alegría, chutar piedrecitas del camino, hacer maldades o gamberradas, subir por los márgenes, hacer locuras con los amigos, disfrazarnos, bailar como si nadie mis estuviera viendo... Claro está que la osamenta debe de tener menos flexibilidad pero no hablo de los razonables impedimentos físicos sino de la rendición emocional que a algunos los hace envejecer más rápido que el reloj mismo. Una edad la tenemos todo el mundo pero hay gente que se siente vieja y a quien le pesan más los años de la conciencia que los que sumamos al cuerpo. El desgaste puede venir tanto de fuera como de dentro y el peor de todos es el interior.

Eres inevitablemente más mayor cuando en realidad no te sientes mayor: la edad es la manera de vivir

Pasa el tiempo, van cayendo en desuso las sillitas para el coche de hijos y sobrinos, que dirás que crezcan más rápido que nosotros, y empezamos a tener la edad que nos parecía inabastablemente lejana hace veinte años. Cuando teníamos 18, mis parecía vieja una persona de 40 y ahora que ya los hemos superado nos sentimos como quien dice igual que antes, casi igual de jóvenes y a menudo no nos identificamos mucho con personas de nuestra generación. El mejor elixir de la eterna juventud es vivir el momento con absoluta conciencia de plenitud. Mirar el camino hecho y saber que ha valido la pena. Agradecer las experiencias. Caminar siempre con la cabeza bien alta, que así tendremos perspectiva y bonitas vistas. Ensuciarse los morros de libertad.

Cumplir años es celebrar la vida, saber que la energía emana de la emoción y que somos seres eminentemente lúdicos y cada año al cumplir uno más, decirnos a nosotras mismas: estoy en la mejor edad. Y creérselo y habitarla, que la experiencia no son los años que tienes sino los años que llevas teniendo y si quieres empezar a revivir hoy mismo y tener una segunda juventud sólo hay que abrazar el deseo. Que el alma transpira por la piel de quiense sabe bañar desnudo en el mar mientras llueve. Convivir con la edad, no competir. Cogerle la mano y enseñarle a encender bengalas, a subir a los algarrobos, a dejarse sorprender cada día, en reírse del qué dirán. La edad es la manera de vivir.