"¿Por qué no hablas más política en tus artículos? —me preguntan algunos amigos y conocidos—. Tú debes de estar bien informada, pues te mueves bastante por Barcelona y conoces a mucha gente". Ay, niños, si vosotros supierais. Resulta que hay muchas cuestiones que directamente desconozco (y no sé ni si las sabe quien las tendría que saber) y las que sí sé no puedo decirlas todas. Llamadme clásica pero priorizo la amistad a una exclusiva. La segunda es efímera y la primera, bien cuidada, te acompaña toda la vida. ¿Qué puedo hacer, por tanto? Aguzar el oído y abrir los ojos. Me gusta y diría que eso no se me da mal del todo. (Abro paréntesis filológico: yo escribo siempre dóna, con acento. Estoy bastante en contra, por no decir muy en contra, de esta nueva normativa de eliminar un montón de acentos diacríticos [¡hemos pasado de 150 a 14!, ¡madre mía!], pero los correctores del diario me lo rectifican aplicada y pacientemente; también los entiendo, pobres, que vaya disyuntiva... Y, como tengo entendido que durante todo este año todavía se pueden utilizar las dos formas, así lo hago. No sé qué diría Pompeu Fabra, este año en que celebramos el 150º aniversario de su nacimiento. Como sea, yo por si acaso lo seguiré intentando y haré como mi yaya Mercedes, que seguía contando en reales cuando ya estaban las pesetas en circulación y seguiré marcando los diacríticos, porque, como dice Mireia Calafell, "Qué violento es un acento cuando no marca mucha diferencia". Total, que me habeis distraído y me he he ido por las ramas).

Decía que todos los lectores esperan como agua de mayo un poco de información, como si fuesen pajarillos dentro del nido con la cabeza en alto, el cuello estirado y la boquita abierta, canturreando mientras esperan que venga su madre a darles de comer, a meterles dentro del pico, y si puede ser ya masticado, mejor, un gusano o un trocito de pan encontrado en el parque. Los que seis días a la semana somos la cría del pájaro y solo un día, el séptimo, hacemos de madre que embucha a los hijos tenemos una tarea enrevesada. Ya dormimos y guardamos las eras, pero es difícil estar en misa y repicando. Como sociedad queremos saber, necesitamos conocer y con más razón en estos momentos del país en que parece que todo avanza a paso de pulga. Y si la noticia no viene a ti, pues tú vas a la noticia, al estilo de lo de Mahoma y la montaña.

Así pues, acudí el viernes pasado al Parlament para eso, para escuchar un poco, y por otros motivos que ahora no vienen al caso (¿me habrán quitado también el diacrítico de vénen?). Comí con una amiga. Un regalo de conversación y compañía. Era un día calmado, nada que ver con mis últimas visitas a la Cámara en jornadas históricas (¿cuántas llevaremos ya?), cuando todo son carreras y hay prensa e invitados a punta pala. Cuando ya teníamos las bandejas llenas con el menú del día y nos disponíamos a ir a la mesa del fondo del comedor, en la esquina (nos gustan los rinconcitos), pasamos por delante de otra mesa en que estaban cinco personas. Y al pasar agucé el oído, lo que os decía antes. Os debo confesar, sin embargo, que aunque no hubiera prestado mucha atención, lo habría oído igual de bien porque no se privaron de decirlo con un tono de voz un poco elevado, quizás porque mi amiga y yo llevábamos un lazo amarillo en la solapa. La cuestión es que dijeron, arremangaos bien: "¡Cómo mola el 155!". Sí, así tal como os lo digo. "¡Cómo mola el 155!", seguido de unas carcajadas socarronas. Habría vomitado allí mismo, pero todavía no había empezado a comer y tenía el estómago vacío. Dejo a vuestra pericia que adivinéis a qué partido pertenecían (pista: pensad que he dicho que eran cinco y algunos no tienen ni grupo parlamentario propio).

Cuando falla la tele sin un motivo aparente solemos decir: "Es de ellos". Como una cosa abstracta, no sabes quién o qué son "ellos". Pero los que han aplicado el 155 sí se sabe quiénes son y tienen cara (dura) y nombre y apellidos. Unos se van pasando el dichoso artículo como si fuera una patata caliente, como diciendo: "No, no, si yo no quería; si no pensaba que lo aprovecharían para eso o para lo otro". Y los otros se pelean por ver quién la tiene más grande (la poca vergüenza, se entiende) y para ponerse medallas: que si yo he decapitado más que tú, que si tú eres demasiado blando... Miserables que se disputan el cetro de la represión. Y mientras en el Estado está de presidente un tal M punto Rajoy que corre, anda y baila igual y que lo más triste es que todo eso (correr, andar, bailar) lo hace mucho mejor que hablar idiomas o gobernar el país, mientras todo eso sucede, digo, tenemos espantajos exclamando "¡Cómo mola el 155!" y nosotros estamos todavía sin Govern ni investidura. Supongo que saldremos adelante, pues siempre aparece algún ángel de la guarda, pero os tengo que confesar que yo, optimista y tranquila por naturaleza como soy (el último diacrítico, el de sóc, a ver si hay suerte), empiezo a cambiar de verbo y ya no quiero pedir sino exigir unidad y responsabilidad, a cada uno en su medida. ¡Queridos representantes políticos, lamento reñiros, pero acabémoslo ya de una vez, chicos! Haced el favor de ayudarnos: a poder escribir artículos más positivos a los unos, a poder leerlos con más ánimos a los otros y a hacer callar las bocas infames de los que les mola el 155 con la mejor manera posible de silenciarlas: formando Govern y construyendo República.