Existen sentimientos particulares que sólo algunas canciones conocen. Al escucharlas, la mente vuela hacia lugares, emociones y personas recónditos de los cuales nadie más que tú ha oído a hablar. Son canciones cojín. Esas que abrazamos antes de ir a dormir, esas que nos envuelven mientras conducimos solos, esas que cantamos en la ducha cuando dejamos la mente en blanco y el agua caer. Aquellas que nos hacen subir el volumen del aparato cuando suenan en la radio al llegar a casa al acabar el día. Aquellas que nos hacen compañía cuando nos descubrimos a nosotros mismos diciéndole a alguien en silencio: "Te llevo en mi mirada" y este alguien no lo sabe y este alguien piensa en alguien más cuando escucha la misma canción.

Son aquellas que nos hacen compañía cuando nos descubrimos a nosotros mismos diciéndole a alguien en silencio: "Te llevo en mi mirar"

Cuando las canciones cojín suenan, enseguida afloran rostros, secretos, misterios. La memoria rebusca en la más honda conciencia interior y sale todo lo que no has dicho, esa parte de ti sólo tuya, desde las incertidumbres y temores (grandes, pequeños, superados, enquistados) hasta los amores y afectos (los que ya no están, los que nunca te atreviste a vivir, los que todavía albergan cierta esperanza de renacer, los que no han nacido). Todo eso no se lo cuentas nunca nadie porque ya lo explica bastante bien la canción. Es la única que lo sabe. Es la mejor confidente, la herramienta perfecta para vivir en primera persona lo que no has experimentado. El camino más rápido y directo para teletransportarte a paisajes humanos ya descubiertos, aunque no siempre añorados. La imaginación hecha realidad. El pasado hecho presente. El futuro avanzado.

Son las depositarias de miles de historias secretas que a menudo te definen mejor que todo lo que de ti ya es conocido. Es una manera de descubrirte a ti misma, desde todas las miradas. Las escuchas y te resarces de tantos abrazos aplazados, de tantos trenes con retraso, de demasiadas dudas cuando no hacía falta, de todos los besos oxidados, de todos los viajes caducados. Las tarareas y haces las paces con las islas desiertas y las llamadas perdidas. Con las decepciones incomprensibles y los te quiero inexplicables. Las paces contigo misma, con la condescendencia, con la intransigencia. Las canciones cojín son confesionarios a la intemperie sin necesidad de redención ni intermediarios, modistas expertas que, noche tras noche, pueden tejer y destejer sin necesidad de llegar nunca del todo a Ítaca, porque en la oscura cámara de los secretos profundos tampoco se está tan mal con los ojos cerrados y una voz cantando de fondo.