Siento tristeza por la muerte de un árbol. El fuerte viento lo ha hecho caer. Era un álamo blanco emblemático de más de cien años, aunque no lo aparentaba —como se suele decir con los humanos— y se conservaba muy bien. Era apuesto y su presencia imponía paz y respeto a partes iguales. Lo saludaba siempre que pasaba. Era viejo y elegante. Alguna de las marcas que llevo son suyas: las cabras por sus pecados llevan los rodillas peladas. Con dos ramas gruesas que nacían poco después de un tronco corpulento, y que parecían dos inmensos brazos abiertos, este chopo abrazaba al cielo sin contemplaciones, como si le fuera la vida en ello.

Estaba situado en el cruce de dos pequeñas carreteras. Quedaba de camino al huerto de mis yayos. Ellos ya hace muchos años que se fueron, pero que el olmo todavía estuviera vivo los hacía, de algún modo, presentes. Ahora, con él, se van muchas cosas. Entre ellas, quizás incluso una parte de mi infancia, sin embargo, sobre todo, se va un ser vivo. Si fuera una persona, diríamos que se ha ido un buen hombre. Tendría familia y amigos —digo yo— y era trabajador y cumplidor con su noble trabajo: permitirnos respirar y regalarnos sombra.

Y es que Tolkien no escribía sólo fantasías cuando en su El señor de los anillos creó los Ents. Los árboles del libro del autor inglés hablaban entre ellos y varios estudios recientes lo demuestran. Los llamados monoterpenoides son una herramienta de comunicación entre los árboles. Estos compuestos químicos vendrían a ser sus palabras que, unidas correctamente, crean mensajes que usan para comunicarse. Otra cosa es que nosotros, los humanos, los podamos escuchar o seamos capaces de entender su lenguaje pero ellos hablar, hablan.

Tolkien no escribía sólo fantasías: ahora se sabe que los árboles hablan entre ellos y que tienen efectos curativos sobre las personas

No sólo tienen conversaciones sino que las sustancias que hay bajo la copa de los árboles, al respirarlas, van a parar al torrente sanguíneo de las personas que están cerca. Los bosques, especialmente los maduros, liberan sustancias volátiles provenientes de los hongos y la vegetación que, al ser inhaladas, causan beneficios para la salud con efectos positivos a los sistemas inmunitario, cardiovascular y nervioso, por no hablar del evidente bienestar psicológico que generan, claro está.

En Japón, ellos siempre tan avanzados en estas cuestiones, ya hace tiempo que lo saben y lo recetan como medicina preventiva. Lo llaman baños de bosque. ¡Qué bonito! Pasear por la naturaleza, tener árboles cerca, respirarlos, abrazar su corteza. Fusionarse con ellos. Nadar. El álamo que ya hablaba cuando mis yayos eran jóvenes ha callado ahora para siempre. Las intensas rachas del cierzo del Ebro lo han acabado tumbando. Ya ves, querido Lluís, como tu Estaca, pero él estaba en nuestro bando. Era de los buenos. Dice un viejo proverbio que cada viejo que muere es una biblioteca que quema. Quizás también cada árbol que cae es una conversación que se pierde. Un baño que se ahoga. Una infancia hecha adulta de golpe. Gracias por todo. En paz descanses.