Solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. Es decir, que cuando está a punto de llover todo son prisas para comprar paraguas o que solo vamos al dentista cuando la muela ya nos duele demasiado. Con el caos que se está viviendo en la AP7 ha pasado tres cuartos de lo mismo. Tantas mentes pensantes y a ninguna se le ocurrió pensar en el día después, en el hecho de que la liberación de los peajes —sumado a otros factores como el aumento del uso de vehículo particular o el deterioro de la red de ferrocarril— nos llevaría a la situación de colapso que se está viviendo y ahora todo son prisas y parches porque no se ha hecho una planificación seria de la transición.

Quizás sí que la gente al frente del servei de Trànsit y el de Tráfico tiene los conocimientos necesarios para gestionarlo (aunque ya sabemos que los políticos entienden de todo y van adquiriendo cargos bien dispares sin experiencia previa en la materia) pero el problema tal vez sea que ellos, los políticos, no sufren directamente las consecuencias de sus dudosas decisiones (coches oficiales, viajes en avión, mínimo o nulo uso del transporte público) o también que suelen pensar solo de cuatro en cuatro años —lo que dura una legislatura— y cuando venga el de detrás ya se lo encontrará. Entonces, la planificación brilla por su ausencia y después de un día viene otro.

Se quiere bajar el límite de la AP7 a 110 km/h cuando con lo volumen de tráfico actual si consigues poner la aguja a 100 ya es todo un éxito

Es evidente, claro está, que más allá de lumbreras y medidas coyunturales, la falta de inversión es clave en el declive de esta vía, que depende del Ministerio de Fomento - Gobierno de España. Cuando se habla de que el Estado olvida a Catalunya no es en balde la afirmación y recientemente se han dado cifras oficiales y aterradoras (y lo que no debemos saber). Con la AP7 se agrava el déficit crónico ya existente: solo en 2021 se ha ejecutado menos del 36 por ciento de lo que se había prometido y ahora sumémosle todos los retrasos acumulados de ejercicios anteriores. Incumplimientos que sufre la ciudadanía de Catalunya, toda, sea o no independentista. Vosotros sabréis. Mientras tanto, en protesta por la desinversión, la respuesta del gobierno catalán es plantarse y no acudir a no sé qué reunión con la ministra, como haciéndose el enfadoso. En Madrid ya tiemblan, sí.

Ahora, unos y otros (y los unos con más culpa que los otros, también lo tenemos claro) valoran bajar el límite de velocidad de la AP7 a 100 o 110 Km/h. Dicen que eso ayudaría a reducir el índice de siniestralidad, a contaminar menos, a mantener la distancia de seguridad, etc. Ya... Quizás no dicen que también enriquecería sus arcas porque la seguridad vial la queremos todos, absolutamente todos y que no nos hagan demagogia en este tema, pero eso no tendría que ser incompatible con poder decir que hay radares que parece que solo tengan un afán recaudatorio y que causan problemas por los frenazos exagerados que toca hacer de repente en zonas inverosímiles.

Si el objetivo de un radar es evitar excesos de velocidad (aparte de poner multas, claro está) en la AP7 ya no hace falta que pongan más porque correr, lo que sería correr, no se puede demasiado, últimamente. Se plantean reducir la velocidad cuando el problema es, precisamente, que a menudo no se puede ni circular. Me recuerda a la reciente y polémica ley del catalán en la escuela, que obliga al 25 por ciento de castellano en las aulas. Muchos pensamos, con cierta ironía: pues ojalá se limitara al 25 porque muy a menudo ya lo supera, este porcentaje. Con lo de los 110km/h pasa al revés: ojalá se pudiera circular a esta velocidad, porque muy a menudo ni se puede llegar. Con el volumen de tráfico actual si consigues poner la aguja a 100 ya es todo un éxito. Y todo eso pasa con el 40 por ciento más de movilidad que tiene que soportar esta carretera.

El problema tal vez sea que los políticos no sufren directamente las consecuencias de sus dudosas decisiones

En 2011 ya lo intentó aplicar el presidente Zapatero pero después de cuatro meses de pruebas sin mucho resultados, se volvió donde estamos ahora. El entonces responsable de la Dirección General de Tráfico, Pere Navarro Olivella, es el mismo de ahora. Lo quiere volver a probar, imaginamos. Pero el caso es que hace seis meses que se levantaron las barreras y todavía no han tenido narices de acabar las obras y retirar todas las estructuras troncales obsoletas y arreglar el asfalto de aquellas zonas. Nos encontramos carriles no marcados, firme en mal estado, curvas de la carretera y, eso sí, centenares de conos que se convierten en un peligro. Si lo que se han gastado en conos lo invirtieran en arreglar el espacio, ya habrían acabado y les habría salido quizás hasta más barato.

También suenan cantos de sirena de un tercer carril en el tramo entre L'Hospitalet de l'Infant y Amposta y de un cuarto entre el Vendrell y el Papiol. El Estado dice que eso es la solución y que el proyecto constructivo estará terminado este año. Que este 2022 se hará la licitación y que a partir de aquí lo redactarán, se licitarán las obras y se ejecutarán. ¿Cuándo finalizarán? Eso no se ha dicho. Con la falta de credibilidad absoluta que tiene el Gobierno de España en materia de inversión real en Catalunya, sobre todo con respecto a infraestructuras, quizás cuando acaban de licitarlo todo (si es que lo consiguen) ya hará falta un carril más y así hasta el infinito y hacia la autodestrucción total. Sumar carriles aumentará la demanda hasta que los nuevos construidos también se queden obsoletos.

Ahora bien, para ser honestas, uno de los problemas y grandes de la AP7 (o de cualquier otra carretera similar) son los conductores insolidarios e irresponsables, que no todo tiene que ser culpa de la administración. En primer lugar, los camiones que se adelantan entre ellos continuamente durante kilómetros y, en segundo lugar, aquellos turismos que circulan sistemáticamente por el carril del medio sin estar adelantando a nadie y teniendo libre el de su derecha. Eso hace que tú, yendo a 120 por la derecha, te encuentras con que, sin querer, lo estás adelantando o bien te obliga a moverte hasta el tercero para volver después al primero, en una gincana peligrosa y constante. Y ellos allí, impertérritos siendo adelantados por lado y lado. Todo eso, coches irrespetuosos y camiones impertinentes, hace que una autopista de tres carriles se convierta en una vía de un solo carril efectivo. Un embudo de lujo.

La mayoría de los accidentes no los provocan los que van a 120, sino los que van a 180 por la izquierda o a 90 por el carril central

Ir a 110 km/h probablemente no sea la solución. La mayoría de los accidentes no los provocan los que van a 120, si no los que van a 180 por la izquierda o a 90 por el carril central y esta gente seguirá haciendo lo mismo, marque lo que marque el disco. Tenemos un problema de educación vial. Tampoco es muy sana la moralina escondida que parece que nos diga que si pagas por circular baja la mortalidad. Y, al mismo tiempo, se siguen fabricando coches que pueden superar los 200 km/h. De la misma manera que el Corredor Mediterráneo para los trenes será muchas cosas pero no demasiado corredor, la AP7 se dice que es vía rápida pero rápida tiene muy poco y estas nuevas medidas no parece en absoluto que hayan de ayudar mucho a revertir esta dinámica. Mientras tanto, nos encontramos atrapados cada fin de semana en treinta kilómetros de retención justamente cuando la gasolina ya llega a los dos euros. Felicidades, gestores de pacotilla.