Ahora que nos tenemos que quedar todos en casa confinados, ahora que no podemos abrazarnos, ni pasear por la calle, ni conducir —pero sí coger el tren, mira qué cosas—, ahora que no... (poned entre el paréntesis todo aquello que queráis) ahora, digo, quizás tendremos tiempo —¿demasiado?— para tratar de dar un repaso a nuestra vida reciente y, de paso, la futura que anhelamos. Tiempo para poner orden a nuestra mente y al espacio físico que nos rodea (va muy bien tener lo segundo para aclarar mejor la primera). Horas para pensar, relajarnos, añorar. Dentro de unos días, probablemente, tendremos más claro que nunca a quién echamos de menos de verdad. La añoranza del confinamiento. Dentro de un mes, mirad cuáles son los contactas con quien más habéis interactuado por Whatsapp o Instagram, los números de teléfono que más habéis marcado. Aquel, será un buen punto de partida. Un epicentro emocional. Un inventario natural. Nada grave ni del otro mundo, simplemente el aceite es más denso que el agua y flota.

Ahora que no puedo pasear por la riba del río o caminar mirando el mar, salgo al balconcito a hacer la fotosíntesis —sin sol, el cerebro no me carbura— y trato de aprovechar la claridad natural del día porque ahora, con tantas horas que pasaremos cerrados en casa, veréis como las facturas de la luz y el gas serán más elevadas, pero dudo de que nos hagan ninguna rebaja. Igual que tampoco veo que nos cancelen la cuota de autónomos durante esta alerta. Se deben de pensar que tenemos superpoderes, a pesar de que no todos disponemos de una cuenta corriente secreta en Suiza para tapar las miserias de una monarquía podrida y apuntalar de por vida unos privilegios indecentes. Ojalá este terremoto mundial sacuda placas tectónicas y genere una nueva Pangea más humana, aunque soy escéptica. No sé si aprenderemos alguna vez.

Dentro de unos días, tendremos más claro que nunca a quién echamos de menos de verdad. Simplemente el aceite es más denso que el agua y flota

Cierran librerías y abren peluquerías. Rima, pero no es nada poético. Se cierran fronteras ante la crisis humanitaria de los refugiados pero se dejan abiertas para que circule libremente el virus, para que aquellos que quieran puedan huir, sobre todo de Madrid, como huye el virus del jabón. Quienes lo hacéis, sois unos cretinos urbanitas de capital os créeis el ombligo del mundo y me viene a la cabeza aquella frase: Las hemos destrozado el sistema sanitario, que De Alfonso le dijo a Fernández Díaz. Por cierto, hola, Unión Europea: ¿podéis, por favor, llamar a capítulo al tonto de capirote que preside el Estado que me tiene secuestrada y su gobierno? Es que queremos que se nos confine pero no nos dejan del todo. Gracias. A este ritmo, no habrá que cerrar España porque todos los otros países europeos ya se habrán aislado y tampoco podríamos ir a ningún sitio. Será un ridículo cierre en pasiva.

Igualmente, estos días, reflexionad pero tratad de no tomar decisiones muy trascendentales, dejad descansar el poso, que será grande, de tantos pensamientos que se amontonarán en la sala de espera de la cabeza y del corazón. En desolación, no hacer mudanza, decía san Agustín (que no todos los santos se equivocan). En Navidad, veremos cuántos nuevos divorcios y nacimientos hay, cuántos amantes han soportado la crisis viéndose a escondidas en las tintorerías, cuántas nuevas relaciones han nacido cibernéticamente, alimentando el deseo delante de una pantalla. Cuántas veces, con el teclado entre los dedos, habremos dudado si ser o no lo bastante sinceras: si insinúo lo que me despiertas, quizás te asuste. Si callo lo que siento, quizás te desilusiones. Cuántas personas descubriremos que no merecían tanta atención y cuántas reconciliaciones que parecían imposibles habrán conocido la paz. A veces, es más fácil decir te quiero por escrito y con música de fondo.