Sant Jordi es una celebración muy bonita, efectivamente. Las rosas, los libros y la primavera. La cultura, el amor y el clima mediterráneo. El día de Sant Jordi nos levantamos, nos miramos al espejo y nos vemos guapos. Y nos decimos: "caramba, que guapos que somos". Está bien, mirarse en el espejo (como sociedad) y proclamarse guapo. O guapa. No vamos sobrados últimamente. El problema es si nos pasamos 24 horas -y unos días antes y unos días después- diciéndonos que guapos que somos, que guapos que estamos. Guapo, guapo, guapo. Guapa, guapa, guapa. Y me temo que es lo que nos pasa, cada año más, por Sant Jordi, con la amplificación de los medios de comunicación, hasta el punto de la incomodidad, el empalagamiento y el papanatismo.

La leyenda de san Jorge dice que mató al dragón y salvó a la princesa, mito que seguro merece la cultura de la cancelación. Pero la celebración catalana se asemeja cada vez más a otro mito, más cruel y más real. El de Narciso, ese chico de gran belleza del que se enamoraban tanto hombres como mujeres, pero a quien él ignoraba, de tan estupendo que se vería. Quien más le amaba era Eco, condenada por Hera a repetir siempre las últimas palabras que escuchaba. Por eso era incapaz de hablarle a Narciso de su amor. Hasta que un día, andando por el bosque, se encontraron. Él preguntó, como en el chiste de Eugenio: ¿hay alguien aquí? Ella respondió: aquí, aquí. Narciso le dijo: ¡ven! Y sí, ella respondió “ven, ven”, lo dejó todo y salió de los árboles con los brazos abiertos. Pero como Narciso, en terminología contemporánea, pasó –o sudó- de ella, Eco se ocultó en una cueva y allí se consumió hasta que solo quedó su voz. Podéis comprobarlo vosotros mismos en vuestra cueva de cabecera…

Nos creemos tan guapos, tenemos tal punto de narcisismo, que Némesis nos ha castigado enamorándonos de nuestra propia imagen. Y podemos acabar ahogados.

Bien, el caso es que para castigar a Narciso, Némesis, la diosa de la venganza, hizo que se enamorara -si no lo estaba suficientemente ya- de su propia imagen, reflejada en las aguas de una fuente. E incapaz de apartarse de la contemplación de su propia imagen, acabó tirándose al agua. Ahora lo llamaríamos morir de éxito, que es el riesgo de la fiesta de Sant Jordi si no la normalizamos un poco. Nos creemos tan guapos, tenemos tal punto de narcisismo, que Némesis nos ha castigado enamorándonos de nuestra propia imagen. Y podemos acabar ahogados.

No será exclusivo de nuestra sociedad. Pero es lo mismo que estamos haciendo con el concierto de Bruce Springsteen. Yo no sé si tiene una relación especial con el público de Barcelona. Intuyo que, como público entregado, sus conciertos son de los buenos. Le ocurre en Estados Unidos, también. No es lo mismo un concierto suyo en Denver que en el Madison Square Garden, pongamos por caso. Pero al nivel al que hemos llegado con el concierto de hoy, porque vienen los Obama, Spielberg, Tom Hanks y no sé quién más, es solo comparable a esa frase de Leire Pajín que decía “les sugiero que estén atentos al próximo acontecimiento histórico que se producirá en nuestro planeta: la coincidencia en breve de dos presidencias progresistas a ambos lados del Atlántico, la presidencia de Obama en Estados Unidos y Zapatero presidiendo la UE”. Stefan Zweig habría hecho su miniatura histórica.

Es malo para una sociedad caer en la depresión. Pero mirarse todo el día en el agua también tiene un riesgo. La suerte, por desgracia, es que ya no tenemos agua. Ombligo, sí. Debe tener razón Aristóteles en aquello, simplificado, de que la virtud está en el punto medio. Aurea mediocritas. Lo que ahora diríamos hacer las cosas de forma normal. Con la calma.