¿Entendería el independentismo que Puigdemont se sentara a negociar con el PP? O, para ser más concretos, ¿se encontrara, por ejemplo, con Aznar para iniciar una ronda de conversaciones? Y utilizo el nombre de Aznar no solo porque es la bestia negra del independentismo (título ganado ciertamente a pulso), sino porque si Zapatero es el estadista del PSOE, Aznar lo es del PP. Es decir, es el hombre que piensa y configura el modelo de estado que defienden los líderes de su partido, de la misma manera que ZP (ganado el pulso al felipismo) es el hombre que susurra en las orejas de Sánchez. Pase lo que pase en los próximos tiempos, si es que realmente se llega a un proceso de negociación seria, todo pasará por ellos. O dicho de otra forma, no pasará sin ellos. Y, por lo tanto, repito la pregunta: ¿entendería el independentismo la posibilidad de una negociación con el PP? Lógicamente, obvio la cuestión con Zapatero de protagonista, porque las relaciones con el PSOE están más asumidas y parecen más asumibles.

No hace falta decir que la pregunta es una provocación y seguramente una quimera, vista la secular agresividad de la derecha española con la cuestión catalana, pero, aun así, me parece importante hacerla porque tengo la impresión de que muchas personas no han entendido un hecho fundamental: las grandes negociaciones, aquellas que afectan cuestiones de fondo, no se hacen con los amigos, sino con los enemigos. O con los "duros", para utilizar una terminología menos bélica y más política. Es aquello que en el conflicto de Israel con los árabes le llaman la lógica de los halcones, los únicos capaces de firmar acuerdos de paz. No hace falta decir, además, que cualquier acuerdo firmado entre posiciones duras, tiende a ser más sólido y estable, que si se hace entre sectores más permeables. A la pregunta, pues, habría que tener clara la respuesta: el independentismo se tiene que sentar a negociar con cualquiera que tenga la voluntad de hacerlo y la capacidad de cambiar realmente las cosas. Y lo tiene que hacer desde dos supuestos: uno, poniendo el eje nacional y no el ideológico en la ecuación; y dos, plantearlo como una cuestión de derechos colectivos, y no partidistas. Desde esta perspectiva, negar la posibilidad de sentarse con el PP puede dar mucha satisfacción estética, pero es de una nula inteligencia estratégica.

El independentismo se tiene que sentar a negociar con cualquiera que tenga la voluntad de hacerlo y la capacidad de cambiar realmente las cosas. Y lo tiene que hacer poniendo el eje nacional y no el ideológico en la ecuación y plantearlo como una cuestión de derechos colectivos, y no partidistas

Ciertamente, todo eso es especulativo, porque hay muchas previas antes de llegar a una situación de negociación real: desde Feijóo investido gracias al PNV (todo es posible), hasta un Tamayazo, o cualquier pirueta socialista. Pero mientras se recorre el camino hacia la investidura, el independentismo se tiene que hacer estas preguntas con honestidad y no responder desde el estómago, sino desde la Inteligencia. Lo digo porque a menudo se peca de ingenuidad y, obsesionados por mantener una pureza irredenta, más estética que útil, olvidamos que hay que enfangarse para alcanzar los grandes hitos. Una pureza que, llevada al extremo, solo sirve para destruir, pero nunca para alcanzar ningún objetivo.

El último ejemplo de esta pureza obsesiva es el revuelo que se ha creado, especialmente en las redes, por la cesión de diputados de Sumar y PSOE a fin de que ERC y Junts tuvieran grupo parlamentario propio. Es posible, como escribía José Antich, que los partidos catalanes no lo hayan explicado lo bastante bien, y que no hayan tenido en cuenta que venimos de muchos desánimos y muchas desconfianzas. Pero algunas de las críticas más descarnadas, insinuando intereses espurios, son injustas y, sinceramente, poco inteligentes. Primero, porque el independentismo no ha cedido nada para tener grupo parlamentario, sino que ha sido el PSOE quien ha querido concederlo con el fin de facilitar la posterior negociación. Y si bien es cierto que venimos de los tiempos en que ERC ha sido incapaz de pactar con dignidad, también lo es que estamos en un tiempo nuevo, donde Puigdemont ha hecho sudar sangre a los socialistas para negociar una simple mesa parlamentaria. Considerar que solo por aceptar el grupo parlamentario ya se ha perdido credibilidad, tal como insinuaba algún prohombre del periodismo, es una precipitación injusta y lesiva. Quizás habría que dar tiempo para ver si la amnistía y el referéndum se ponen sobre la mesa de negociación, antes de repetir sambenitos de herejes. Pero, además, tener grupo propio es fundamental para poder disponer de tiempo parlamentario donde explicar las ideas y en el caso de un debate sobre la amnistía, por ejemplo, este tiempo será de oro. ¿Dónde está, pues, el problema? ¿Dónde, el pecado? ¿Dónde la pérdida de credibilidad? ¿Dónde la cesión de nada, si solo es el PSOE el que ha cedido y, en el tema del catalán, se ha arrastrado? En todo caso, donde algunos ven entreguismo, otros vemos inteligencia estratégica, una inteligencia que acostumbra a faltar dentro del independentismo.

Tener grupo propio es fundamental para poder disponer de tiempo parlamentario donde explicar las ideas y en el caso de un debate sobre la amnistía, por ejemplo, este tiempo será de oro

Ciertamente, es posible que al final nos decepcionen. Pero también es muy posible que no lo hagan y que estemos ante un momento de enorme importancia, donde han cambiado las reglas y los interlocutores, y donde se negocia de verdad y no la pedrea para pasar el rato. Puigdemont lo ha dejado muy claro: va a por todas, y no piensa ceder. Después de seis años de resistencia en el exilio y de haber puesto al PSOE contra las cuerdas en el primer acuerdo conseguido, resulta muy cainita negarle el crédito. El hecho es, sin embargo, que una cierta parte del independentismo se ha sentido tan cómodo en la trinchera, que no concibe que se puede ganar, y por eso no está dispuesto a admitir ningún éxito. Es lo que pasaba con Arafat, que siempre boicoteó cualquier acuerdo con Israel, porque prefería ser el líder de la resistencia que no el jefe de un estado. Y en el independentismo hay unos cuantos Arafats.