Nunca como esta semana había estado tan claro que la política catalana transcurre en dos niveles diferentes. Para hacer un análisis que se acerque a los hechos tanto como sea posible, hay que tener en cuenta que dos imágenes se entienden mejor juntas. En un nivel está la Operación Catalunya y el goteo constante de audios que demuestran que el estado español —encabezado por el gobierno del PP— caló la red de arrastre contra todo aquello que encarnara algún simbolismo para los catalanes con la intención de encontrar fechorías y destruirlo: los Pujol, Convergència, el Barça e incluso la Sagrada Familia. No es una mala jugada. Para convencer a alguien que quiere separarse de tu Estado de que en realidad se parece más a ti de lo que se piensa, basta con encontrarle trapos sucios y airearlos para anular los trapos sucios que utiliza como argumento para separarse de ti. Sirve para matar dos pájaros de un tiro: primero hieres su autoestima y después te aseguras que, poco a poco, tome cuerpo la idea de que el vínculo entre Catalunya y España antes de que una mayoría de catalanes se quisiera separar ha sido la corrupción. Primero procuras desvincular sentimentalmente a los catalanes de su país y después los desvinculas electoralmente de sus partidos. O a la inversa. O todo al mismo tiempo, en función de las gamberradas que consigas hacer prosperar.

El memorial de agravios de los convergentes es cortísimo cuando está por en medio la oportunidad de rapiñar medio gramo de poder

En otro nivel, está el debate migratorio. Mientras los medios van llenos de los trapicheos con los que el estado español empapeló a Convergència Democràtica, Junts rasca espacio mediático para reconstruir todo lo que tiene que ver con el eje social del partido, una parcela abandonada durante los años del procés. Es decir, procuran rehacer Convergència y convertir Junts en un partido de estado mientras el Estado explica qué hizo para destruirlos. Lo hacen con la misma flexibilidad moral con que Xavier Trias coquetea con Jaume Collboni después de que este último le quitara la alcaldía. El memorial de agravios de los convergentes es cortísimo cuando está por en medio la oportunidad de rapiñar medio gramo de poder.

El relato de Junts será severo con el PP para que el PSOE quede redimido. Solo hay que escuchar las declaraciones de Artur Mas o leer los últimos tuits de Carles Puigdemont

Como no sabemos en qué términos se negocia el reparto de competencias en materia de inmigración, corremos el riesgo de que se repita la historia: que el PSOE ceda una minucia y que Junts la venda al electorado como una victoria política histórica. De momento, sin embargo, lo que les importa que se entienda es que la Operación Catalunya, a pesar de haber implicados órganos estatales, va estrechamente ligada al PP. El relato de Junts será severo con el PP para que el PSOE quede redimido. Solo hay que escuchar las declaraciones de Artur Mas o leer los últimos tuits de Carles Puigdemont.

El trabajo de Junts consistirá en concentrar los esfuerzos para que las dos dimensiones parezcan consecuencia lógica la una de la otra y no una traición a sus promesas o una hipocresía

Ahora que la aritmética parlamentaria ha otorgado a Junts la oportunidad de arañar alguna cosa en Madrid, cualquier gamberrada que el Estado haya hecho para parar la vorágine independentista será manoseada retóricamente para legitimar los pactos con los socialistas. El trabajo de Junts, pues, consistirá en concentrar los esfuerzos para que las dos dimensiones parezcan consecuencia lógica la una de la otra y no una traición a sus propias promesas o una hipocresía mayúscula pasada por el cedazo de la indignación y las palabras fuertes. Cuando Artur Mas dice que "habrá que llegar hasta el final de la Operación Catalunya" con una inclemencia forzada, el catalán medio ya se huele que no se llegará a ningún sitio. Pero Junts quiere hacer creer al electorado perdido que todavía son el partido más peligroso para el estado español y, a la vez, que son los mejores gestores del "mientras tanto". Es el momento perfecto para explotar ambos miedos: el miedo a la represión política española y el miedo a que Catalunya no pueda asumir más olas migratorias sin disolverse. Lo harán para que nos olvidemos de que están dispuestos a perdonar lo que sea para volver a ser los amos del cotarro.