Sister Act, la comedia que en 1992 posicionó a las monjas en la gran pantalla, sirvió para evidenciar que a menudo hay una distorsión entre la vida religiosa y el entretenimiento. Como si ser religioso fuera necesariamente aburrido. También fue un detonante para hacer ver la importancia de las madres superioras en las comunidades, y más en general, de las mujeres dentro de una estructura mayoritariamente masculina.

Hoy nos encontramos con una nueva generación de católicos que está cuestionando la estructura eclesial, sobre todo desde la respuesta que algunos encuentran poco consistente ante la crisis de los abusos sexuales, una crisis ya mundial. La campaña "superando el silencio" (#overcomingisilence) pone el dedo en la llaga y se pregunta por qué motivo la Iglesia es "tan lenta" al reconocer el valor de las mujeres también para solucionar este tema. Hay todo un movimiento que considera que con sacerdotisas esta crisis se habría evitado, o que con más mujeres implicadas en varios niveles de autoridad eclesial este drama se habría enfocado de otra manera. Muchos de los problemas de la Iglesia no vienen por el celibato sino por un abuso de autoridad que afecta a varios niveles. El 3 de octubre, en la impresionante Biblioteca Vallicelliana de la Piazza della Chiesa Nuova en Roma, a dos pasos del Vaticano, tendrá lugar una cumbre que lleva por título "¿Y tú, hermana, qué dices?", donde mujeres religiosas de la esfera católica debatirán qué hacer en una época de cambio. Una de las invitadas es la catalana Teresa Forcades. El encuentro quiere poner sobre la mesa el papel de las religiosas y su contribución, desde luchar contra la emergencia climática, acompañar a personas enfermas y solas o corregir excesos de las estructuras que no han incluido ni normalizado la presencia femenina en paridad de condiciones.

Las religiosas son lo mejor que tiene la Iglesia católica. Lo he escrito y lo seguiré defendiendo hasta que me muera. Ellas son las que están allí donde se tiene que estar. No me refiero sólo a las misioneras, que se quedan en sitios de conflicto cuando todos los voluntarios ya se cansan y vuelven a sus cómodas zonas de confort occidental, o los curas son destinados a otros lugares del planeta. Las religiosas y las monjas tienen acceso a realidades múltiples y se ganan la confianza de mucha gente, gente a quien a un sacerdote no le confesarían sus angustias o preocupaciones. Porque no se trata sólo de confesar pecados, sino de compartir la vida. Pensamos que las religiosas son mucho más numerosas que los hombres religiosos, y que aun así las mujeres superiores generales no tienen el mismo status canónico que sus homólogos hombres. Eso tiene implicaciones prácticas, como por ejemplo no tener derecho al voto en un sínodo. El Papa ha hecho mucho y ha dicho todavía más a favor de la mujer, pero si no se cambian las estructuras, estamos delante de papel mojado. Y pasa el tiempo, y la Iglesia será eterna, pero no la paciencia de miles de fieles, hombres y mujeres, que están cansados de una Iglesia a menudo inerme e inoperante cuando hay que hacer cambios. Es por eso que me parece un acierto que surjan iniciativas como el curso masivo y gratuito sobre Mujeres en la Iglesia que ha puesto en marcha, en castellano, la prestigiosa universidad jesuita, Americana Boston College, que pretende llegar a 10.000 inscritos y poder formar a gente de todo el mundo en un aspecto poco conocido: ¿qué dice la Biblia de la relación entre hombre y mujer? El curso está impartido por mujeres pero también tiene la implicación de hombres, que es la única manera de poder revertir situaciones de desigualdad en la Iglesia, en un sindicato, a la administración y donde sea.

Las religiosas son lo mejor que tiene la Iglesia católica. Lo he escrito y lo seguiré defendiendo hasta que me muera. Ellas son las que están allí donde se tiene que estar

Rafael Luciani, teólogo y profesor, me explica que ya hace tiempo que las mujeres han salido del espacio privado al público y han ganado protagonismo en la Iglesia, pero recuerda en palabras del papa Francisco que esta presencia todavía se tiene que ampliar. Una Iglesia inclusiva y solidaria podrá hacer alguna aportación a la sociedad que una Iglesia cerrada todavía en pequeños reductos clericales y exclusivamente masculinizados no podrá conseguir. Una Iglesia estéril no da fruto y no es fiel a su misión. Lo saben las religiosas, lo impulsan desde centros de influencia como el Boston College y lo sabemos también personas de aquí. Poco a poco, esperemos, estas iniciativas también tendrán efecto en círculos más próximos. Y será imparable, porque no hay alternativa.