Johann-Baptist Metz (1928-2019) es uno de los últimos teólogos católicos que estudié con fruición. No es que los que vinieron después de él no me interesaran, sino que estudiar Teología equivalía a devorar a autores que habían interpretado un relato, el cristianismo, y lo habían ubicado dialogante con el mundo y sus paradigmas filosóficos. Las categorías de Metz sobre el recuerdo, la razón y la solidaridad son de lo más estimulante que existe en la teología católica del siglo XX y XXI. Metz era, hasta hace pocos días, uno de los mejores pensadores que existían. Se ha muerto esta semana.

Participó en la Segunda Guerra Mundial, y es conocido por ser discípulo del teólogo Karl Rahner y por haber tenido relación con la Escuela de Frankfurt. Ordenado sacerdote, era también doctor en Filosofía y en Teología, profesor invitado a Boston, Viena y a otros lugares, y consultor en los años del postconcilio en el Secretariado Pontificio para los No Creyentes. Era un teólogo político que veía cómo el cristianismo no era una ideología sino una propuesta que contenía unas repercusiones sociales innegables. Ello se refería, y lo explica el dominico Juan Bosch, a dos aspectos indelebles que lo habían marcado. Los llamaba "fisuras". Una, la infancia y juventud bajo el Tercer Reich. Y la otra, la tragedia de Auschwitz. Su participación en la guerra le deja el recuerdo de haber visto "sólo muertos" y los "gritos del silencio". Hacer teología desde aquí no es lo mismo que construir desde la pacífica beatitud de una biblioteca. Metz saca en autores como Adorno y su dialéctica negativa, Horkheimer o Habermass con el teorema de la alteridad, pero es con el también autor de origen judío Lévinas con quien mantiene una proximidad entrañable. De hecho se conocieron. Metz se sitúa en la línea de lo que se denomina la teología de la secularización de Gogarten, pero va más allá: para Metz el mensaje cristiano está destinado al ámbito político y social, y lo tiene que cambiar, tiene que incidir. Aquí no se trata de que los católicos puedan hacer cosas en una sociedad abierta y diversa, sino que tiene el deber, según esta teología política, de cambiarla. Como Marx criticaba que los filósofos hasta ahora se hubieran dedicado a explicar el mundo, pero no a cambiarlo, Metz insta al cristianismo a ser decididamente un agente de cambio ante la injusticia que impera en el mundo. No se tiene que pensar que la suya es una teología política que implique una legitimación religiosa del Estado. Nada más lejos de su propuesta. Él ofrece una teología emancipadora, crítica y con unas altísimas exigencias éticas. A diferencia de las sectas, que pueden ser autogestionadas y autorreferentes y no interesarse por la sociedad, Metz pide a la Iglesia que sea relevante. Es por este motivo que se le conoce como el teólogo del primado de la praxis.

El cristianismo humanizador de Metz es el que se hace presente en la Cumbre del Clima, pero también en el Museo del Prado en boca de Jeremy Irons

Muy crítico con un cristianismo aburguesado, en el que se satisfacen sólo las necesidades religiosas del individuo y se privatiza la plegaria, él opta por una religiosidad mesiánica, donde la persona se tiene que convertir y tiene que poner en práctica el mandamiento del amor, que siempre es una incomodidad. El cristianismo según Metz es una comunidad de recuerdo y de narración con intencionalidad práctica. Es una teología con biografía. Una narración subversiva. Solidaridad, para él, es asistencia y apoyo al sujeto ante las grandes amenazas que siempre lo rondan. Es universal, incorpora a los muertos y a los vencidos y es también solidaridad ahora y hoy. El cristianismo humanizador de Metz es el que se hace presente en la Cumbre del Clima, pero también en el Museo del Prado en boca de Jeremy Irons. Es la pura encarnación en un horizonte trascendente. No es la trascendencia y sus derivadas abstractas. Es por eso que sin Metz, este mundo está un poco más desvalido.