"¿Así que usted es la sustituta del padre Apeles"? Me quedé desconcertada. Sabía que Roma podía ser surrealista, pero quizás no tanto. Suor Giovanna, la resistente monja que decidía a quién se concedían las acreditaciones periodísticas permanentes ante la sala de prensa del Vaticano en aquel octubre de 1999, estaba demasiado seria e inquisitorial. No le hizo mucha gracia que yo le recordara a Apeles. Ni a mí que me vinculara con él. Cuando este sacerdote saltimbanqui se estableció en Roma, pidió a la imbatible monja ser corresponsal de Catalunya Cristiana. No sé si ejerció. Recuerdo solo la cara desencajada de esta religiosa que me acreditó a mí como sustituta. Es lo más cerca que he estado de este sacerdote. En la vida todos hemos hecho algunas cosas originales, pero ser el relevo de tan ínclito eclesiástico no entraba en mis cálculos.

El controvertido cura mediático ha reaparecido y lo ha hecho en horario nocturno y en el programa Sálvame Deluxe. Después de una época en que su trabajo diario pasaba en los platós de televisión, y no como analista internacional sino como tertuliano del corazón, el cura viperino ha resucitado para volver a desvanecerse en la nada. Ahora se hace llamar Avvocato Dottore Don José-Apeles Santolaria de Puey y Cruells, canciller del arzobispado de Ferrara-Comacchio, en Bolonia. Ha tenido que dejar el país. Hace unos años, ya apartado de los focos mediáticos, fue piedra de escándalo porque explicó que se quería morir. El cura tiene un currículum que se mueve entre la erudición y las reminiscencias patafísicas. Conviven la licencia en Criminología con el Bachillerato en Sagrada Teologia, estudios de Gemología, Diplomacia, Heráldica, detective privado, instructor de tiro, Administrador de Fincas, Agente de Aduanas, guía turístico, sumiller, patrón de yate. Sus afiliaciones incluyen desde la Pía Unión del Tránsito de San José a la Latin Mass Society o la Escuela Húngara de Esgrima.

El padre Apeles como emblema está acabado. Es una sombra huidiza, un alma en pena que añora ser considerado alguien y que vive su existencia como un castigo divino. Paga su orgullo y vanidad convertido en un personaje insignificante y desconocido. Su vida parece un cuento ejemplar. Apeles como espejo de la excentricidad y carne de cañón televisiva. El cura extremadamente listo pero pasado de vueltas, la lengua que escarnece y no sana, la provocación que excita a la bestia. Un hombre sin sustancia por culpa de una sistema –escogido– que lo ha fagocitado, y en el que él ha querido entrar y jugar hasta el silencioso y melifluo final. Nos gustará o no, pero Apeles es un hijo esperpéntico y extraviado de una Catalunya que también genera monstruos. No somos angelitos, señores míos. Y también tenemos a nuestros hijos bastardos, a quienes condenamos al ostracismo porque no encarnan el guión. Él ha sido hasta ahora el más estridente. No será el último guerrero, pero sí uno de los que más ha mordido.