Una de las preguntas más lacerantes que he oído últimamente en una película es a El reverendo, que en versión original se titula First reformed. Estamos ante una obra magistral, una interpelación existencial y medioambiental que supera cualquier expectativa. Oscura, austera pero con elementos luminosos de alto voltaje poético. Una historia de posibles esperanzas y desesperanzas cotidianas.

La pregunta que me persigue se inserta en una conversación entre un reverendo (Ethan Hawke haciendo de padre Toller) y un un activista medioambiental que se cuestiona si "Déu perdonará todo eso que hemos hecho", en concreto en el planeta. Y es más, si realmente vale la pena traer hijos a este mundo degradado y encaminado al desastre ecológico por la negligencia humana. He visto la película del magistral Paul Schrader durante la Mostra de Cine Espiritual de Catalunya. Algunos de mis alumnos de Comunicación también se han apuntado y reconocen que han quedado desconcertados: han captado la filigrana técnica de la película, y también el trasfondo ético y metafórico que lo rodea. El drama del sentido de la vida ocupa la mente de directores de cine como Schrader que juegan con el sentimiento de culpa, la responsabilidad personal y la difícil colocación de los seres humanos dentro de estructuras a que no son puras y están llenas de obstrucciones y dificultades. No vivimos en el Paraíso, y Schrader muestra pantanos tóxicos e imágenes para no dormir de cómo hemos maltratado la tierra. El texto más leído del papa Francisco, su encíclica Laudato Sii, iba justamente por aquí: "La destrucción del ambiente humano es una cosa muy seria, porque Dios no solamente encomendó el mundo al ser humano, sino que su propia vida es un don que tiene que ser protegido de varias formas de degradación. (LS, 5).

La pobreza y la austeridad de san Francisco de Asís no eran un ascetismo meramente exterior, sino algo más radical: una renuncia a convertir la realidad en mero objeto de uso y de dominio, sigue el Papa. Y es que el mundo no está aquí para destruirlo.

Una alumna me explicaba que no estaba afectada tanto por la trama o la película en sí, sino por todo lo que "inevitablemente evoca en mí". Es precisamente lo que los artistas quieren: provocar una reacción, no explicar su historia. Esta conexión entre lo que se narra y el sentimiento que provoca es muy difícil de obtener. Pero cuando sucede es como un momento de gracia. Nos pasa a menudo: nos hablan de algún lugar, o de alguien, pero hasta que no lo experimentamos, lo conocemos, nos provoca alguna impresión, no hacemos ningún tipo de caso. Teorías. Las conexiones son las que nos salvan: la chispa que todo lo activa, la necesaria presencia del momento de gracia a nuestra existencia.