A Girona hay que ir por muchos motivos, pero también porque hay un faro académico denominado Cátedra Ferrater Mora de Pensamiento Contemporáneo, que sitúa la ciudad al nivel de tres estrellas Michelin en el campo del pensamiento. Este año han invitado al pensador Gilles Lipovetski, uno de los intelectuales franceses con más cosas que decir, a unas sesiones que en otros momentos desde 1989 han tenido por protagonistas a Paul Ricoeur, Noam Chomsky, Zygmunt Bauman, Judith Butler o Gianni Vattimo. Escuchar a Gilles Lipovetski en la imponente Sala de Graus, antes la sala capitular del convento gótico de los dominicos, con la piedra volcánica y su teoría de la seducción, es un regalo pascual que contrasta con la severidad de la Cuaresma. Lipovetski, autor de obras como la Era del vacío o Gustar y Emocionar, defiende que no existe ninguna cultura sin la seducción.

Danza, arte, maquillaje, rituales, perfumes, magia... Necesitamos la seducción para vivir, pero esta no tiene dignidad académica. La seducción no entra en la categoría de los temas nobles sobre los cuales disertan los filósofos y sociólogos, y todavía hoy hay poca teoría al respecto. Y, en cambio, sin seducción no hay educación efectiva, ni relación con las personas, comercio, o transacciones. La seducción es una vía, no una finalidad, y no es un sinónimo del engaño. La publicidad tampoco (la buena, se entiende). Hoy, cuando la galantería, la paciencia y los códigos para seducir han cambiado, para cortejar a alguien no hay que enviar flores o cartas a su familia. Puedes flirtear simultáneamente con un dispositivo móvil, con varias personas a la vez, a cualquier hora del día o de la noche, sin intermediarios ni codificaciones sociales. No hay deseo sin seducción, advierte este catedrático de Grenoble. Todo es inmediato y rápido. Se ha destradicionalizado, en palabras de Lipovetski, y se ha desritualizado. Estamos ante, o mejor, dentro, de un hiperindividualismo de la seducción. Exactamente lo contrario de lo que había habido hasta ahora. No hay ni un tiempo ni un espacio para la seducción. La belleza, la cosmética... no han desaparecido, al contrario. Ahora se han extendido a todas las edades, y encontramos concursos de belleza con niñas de 5 años que parecen Barbies hipersexis. Hay un proceso de legitimación de la belleza. Ya no se condena, como en otros tiempos, es más, ahora se premia y se exige, se presupone y se valora. El cliché de la femme fatale ya no es central. Antes, la belleza de una mujer era un cataclismo, un engaño, un peligro. La belleza era devastadora, una mujer bonita era la puerta del Diablo. Ahora, en cambio, se ha convertido en un derecho, y la cirugía hace su hecho.

En el campo de la educación, advierte el pensador francés, hemos dejado el autoritarismo (que él reconoce que detesta), por un sistema en el que el niño tiene que ser feliz y es el rey (el enfant-roi, dice él). Como el miedo de los padres y madres es perder el amor de sus hijos, los consienten. Los niños no aceptan que se les lleve la contraria y no saben hacer cuentas con el principio de realidad. Educar no es seducir, aunque en el proceso de educación naturalmente hacen falta dosis de atracción y hacer apetecible el conocimiento. "A mí mis padres me amaban mucho", reconoce Lipovetski. Y añade: "Aunque no me lo dijeran nunca". La seducción, por lo tanto, ha entrado también en la relación filial y en la educación. Los políticos también se cortan el pelo y cambian de apariencia solo porque asesores de imagen les recomiendan que tienen que seducir. Da igual el discurso, mejor si hacen promesas que no cumplirán —y lo saben—, pero acompañados de una estética convincente y agradable. El capitalismo como maquinaria emocional es el "Don Juan" de hoy, el seductor incansable que tienta a todo el mundo con sus reclamos sobre la innovación. El equilibrio entre valorar aquello nuevo y no despreciar lo viejo nos llevaría a no demonizar ni vivir en la nostalgia. Para el maestro Lipovetski, Caballero de la Legión de Honor de Francia, haría falta superar la condena de un mundo complejo y no caer en la admiración acrítica. Sobre las religiones y qué tendrían que hacer para incluir la seducción en su relato, su respuesta va en la línea de la emoción: seducir sin imponer, no olvidar la emergencia climática y encontrarse. De aquí el éxito de algunos movimientos carismáticos próximos a la gente.