La belleza suele ir ligada a la proporcionalidad. Mi concepto de belleza es más asimétrico, pero sin duda no me deja indiferente el arte de la proporción y el dominio del espacio. Y la arquitectura bizantina de Santa Sofía en Turquía, tremendamente cautivadora por dentro y por fuera, es un ejemplo de ello.

El oro sobre el vacío de la hasta ahora basílica de Santa Sofia abruma. Estambul ya es toda ella una ciudad con capacidad opiácea indiscutible. La pisé por primera vez en 1992, cuando en Barcelona todo era olímpico y yo viajaba por Grecia con mochila. Era mi primera vez en un lugar donde el Islam era no sólo importante, sino constitutivo.

Estambul era la puerta, la invitación a aquel orientalismo que atrae y bloquea al mismo tiempo. Eran unos tiempos en que Turquía era un ejemplo de laicidad moderada y dialogante.

He vuelto a Santa Sofía en Estambul otras veces, la última hace pocos meses, y todavía con el recuerdo visual del lugar en la retina, leo que el gobierno turco ha decidido que volverá a ser una mezquita. La noticia ha causado perplejidad en ambientes cristianos de todo el mundo.

Santa Sofía ha sido el centro del cristianismo, la basílica símbolo de la Ortodoxia, que después de la caída de Constantinopla en 1453 pasa a manos turcas. Hace décadas que no tiene un uso religioso, y era uno de los principales sitios de turismo en la ciudad turca de Estambul. El representante de los obispos en Europa, Barrios Prieto, ve este retorno a mezquita y disolución del museo como "un golpe al diálogo interreligioso," mientras que el Papa se ha mostrado "dolido" por esta decisión.

Desde 1935 hasta hace diez días era un museo. Ha sido durante más de mil años el centro del cristianismo. Su valor, por lo tanto, es altamente simbólico.

Ayasofya-yı Kebir Cami-i Şerifi, dedicada a la sabiduría de Dios (Sofía), fue también durante un pequeño periodo (1204-1261) catedral católica de rito romano, cuando los croatas la conquistaron.

Leyendo el decreto presidencial que la convierte en mezquita de Recep Tayyip Erdoğan presiento que este asunto no acabará aquí. Ni que sea por razones turísticas -Estambul pierde uno de sus atractivos que queda sólo para el culto musulmán— o razones ecuménicas —es un acto que debilita años de diálogo ecuménico e interreligioso mundial—, el hecho es que Turquía quiere significarse mundialmente con un cambio de rumbo, más identitario y vinculante, alejada de aquella laicidad que el padre de la Turquía moderna, Mustafa Kemal Atatürk, promovió y que imperaba hasta ahora. Veremos qué santa sabiduría acompaña este asunto y qué consecuencias geopolíticas puede comportar. De momento, desconcierto y protesta acompañado de dolor, y una herida en el histórico documento de Abu Dhabi sobre la fraternidad humana, firmada por el papa Francisco y por el gran imán Ahmed Al-Tayeb, de Al Azhar (Egipto) hace un año.