El personal branding o "marca personal" también se aplica a las religiones. Las organizaciones religiosas se ven como marcas que tienen un producto o servicio. Las personalidades religiosas como el Papa o el Dalai Lama son percibidas como gente influyente que tiene alguna cosa que comunicar. Lo específico, diferente, relevante, recordable e irrepetible en las religiones es el núcleo de la marca personal de las religiones. Hablaba con el experto en marca personal Jordi Collell, autor de Yo soy mi marca, y conveníamos que si la marca personal es la huella que dejamos a nuestro paso, aquello por lo que somos juzgados por los otros, disponer por lo tanto de una marca personal como la queremos (no como nos la quieren endosar) es una buena estrategia de principios. Con todo, la marca personal es como el poder: no eres tú quien lo ejerces, sino que son los otros que te legitiman.

Las personas religiosas, los líderes, responden al esquema de la marca personal o 'personal branding' porque son admiradas, seguidas, propagadas y transmitidas, recordadas y protegidas 

Las religiones son sistemas de creencias en que la figura del fundador o del líder es fundamental. Muchas de ellas están fundadas o se relacionan con una persona, no sólo con una divinidad o espíritu. Una de las definiciones más consensuadas sobre religión es un conjunto de creencias, normas, prácticas o ritos relativos a una divinidad o creencia. "¿La religión es real?", se preguntan algunos. A efectos de marca personal es una pregunta irrelevante: la creencia es más potente que la realidad, da igual si es cierto o no que la Coca-Cola te hace más feliz. Lo importante es que hay gente que lo cree. La persona creyente siente, piensa y vive convencida de que su religión existe y no es una invención, y suele organizar su vida en torno a esta creencia. Las religiones hoy ofrecen esperanza, consuelo, seguridad, compañía, reconocimiento, satisfacción, aceptación, distracción, entretenimiento, disciplina, bienestar. Ahí es nada. Las personas religiosas, los líderes, responden al esquema de la marca personal o personal branding porque son admiradas (veneración, exaltación), seguidas (disciplina, emulación), propagadas y transmitidas (anuncio, evangelización), recordadas (memoria y ritual) y protegidas (defensa, apología).

En una entrevista que hice a la experta en cábala Karen Bergh me explicaba que hace 40 años ella y Rav Berg, su marido, se habían propuesto hacer que la gente entendiera qué era la cábala y cómo podía ser útil para su vida diaria. Hoy esta mujer es una de las líderes espirituales más potentes del mundo, y distingo en su éxito algunos principios: no habla de religión sino de espiritualidad. Conecta con una necesidad de sentido: la gente tiene sed. Propone luz, conciencia, valores positivos. Crea comunidad global y buen ambiente. Es reconocida porque influencers como la misma cantante Madonna los ha escogido. La idea detrás de su propuesta es muy básica: un método para mejorar la propia vida. Las religiones no pueden despreciar la marca personal o colectiva. Se sentirán más cómodos hablando de identidad o carisma, da igual. Tienen que trabajarla, no sólo institucionalmente sino hasta el último de sus fieles: todos son sus portavoces, porque todos serán juzgados por lo que dicen. La marca personal también se declina en el silencio: la manera de ser conocidos de los cartujanos no es llenando de contenido las redes sociales, sino precisamente lo contrario. Demuestran, con su silencio, que tienen mucho que decir. Eso también es marca. Y aunque nos parezca increíble, hay gente que hoy escoge dejar el ruido del mundo y entrar en una cartuja. En Catalunya tenemos una, no sólo la preciosa y monumental de Scala Dei, hoy deshabitada. Me refiero a la Conreria, en Tiana. Lugares que no necesitan etiquetas, pero que tampoco pueden pasar desapercibidos.