Me han hecho falta pocas horas en Roma para constatar que la pregunta sobre el nuevo papa es siempre un tema recurrente incluso cuando no hay señales de alarma de fin de pontificado, como es el caso. ¿E allora, chi pensi che sarà il nuovo papa? Te lo preguntan los interesados en intrigas vaticanas para encaminar o desestimar opciones. Yo barro para casa, últimamente. "Pues mira, no desestimaría el cardenal Omella, un hombre hábil, sencillo en el trato y muy próximo a la sensibilidad del papa actual". También pongo en valor el cardenal Tagle, filipino, un fino teólogo con mucho mundo que precisamente Omella invitó hace poco a Barcelona. O hablo de algún cardenal con perfil claramente franciscano y más cerca de la pobreza que de la opulencia. Mis interlocutores no me miran como si dijera una burrada. Porque, de hecho, cualquier respuesta es válida. El nuevo papa, en principio, a no ser que haya nuevas hornadas en un consistorio no previsto, está delimitado a un grupo de hombres de varias nacionalidades. Son 211 y pertenecen a 86 países. Si la pregunta fuera quien te gustaría que fuera el nuevo papa, añadiría algún nombre como el arzobispo de Rabat —que, por cierto, de pequeño había vivido en Badalona—, o el responsable del Servicio Jesuita de Refugiados en Grecia, por ejemplo. Pero no son todavía ni cardenales.

El clamor para que haya un papa africano viene de lejos, pero siempre acaba resonando una respuesta parecida: "Todavía no es el momento para un papa africano". Resulta, me explican, que los cardenales africanos actuales todavía tienen un estilo autoritario muy determinado, no están acostumbrados al protagonismo de los laicos y no comparten espacio con ellos, y no hablemos ya de las mujeres, que se afanan por hacerse visibles en una estructura que también culturalmente las tiene en otro nivel. El concepto de la autoridad es arcaico y poco colegial. Hablar de procesos sinodales tiene mala prensa.

Por mucho que pensemos que hay muchos creyentes en África, hecho que es cierto, no se puede olvidar que eso se produce solo en algunos países. El continente es un mundo donde los católicos son, en algunos casos, una clarísima minoría y no siempre tolerada. Sí que sorprende la vivacidad en la liturgia, la fe cantada y baile y los grandes números con la realidad de una parroquia europea rural con poca gente. Cierto. Es una Iglesia joven, la africana, con los tics lógicos de quien todavía está creciendo.

Los italianos suspiran por recuperar la idea de un papado italiano, que ya estábamos bien antes de que estos forasteros, empezando por el pontífice polaco, agravado con el alemán y culminado con el argentino, desbancaran a la clase de los candidatos italianos a la dignidad pontificia.

Según fuentes romanas, pues, parecería que el Espíritu Santo, que es quien decidirá quién será el nuevo papa y nos ofrecerá el espectáculo de la fumata bianca, no se entretendrá a llevar un papa negro y no priorizará candidatos del continente africano. Los medios especializados apuestan por Asia o por la opción europea. Y los italianos suspiran por recuperar la idea de un papado italiano, que ya estábamos bien antes de que estos forasteros, empezando por el pontífice polaco, agravado con el alemán y culminado con el argentino, desbancaran a la clase (la casta, dirían sus detractores) de los candidatos italianos a la dignidad pontificia.

Bernardin, Gantin, Arinze, Turkson... eran nombres de cardenales africanos que tenían responsabilidades relevantes en la Curia Vaticana. Hoy, la presencia africana a alto nivel ha desaparecido. El papa Francisco no pasará a la historia por su listado de cardenales africanos, y por lo tanto, papables. Sí por su interés constante en el continente. De hecho, ha anunciado un nuevo viaje, ahora en la República Democrática del Congo y en Sudán del sur, a principios de julio. Hace tres años ya estuvo en Madagascar, Mozambique y Mauricio. Con su elección, el papa Francisco insufló energía a una Europa envejecida y desencantada. Con sus viajes a África el papa no está yendo a ojear posibles sustitutos. Quiere demostrar al mundo que la suya es la geopolítica de los pobres. No escoge ir a visitar Estados Unidos o grandes potencias, sino que prefiere siempre lugares alejados. Periferias. Es él quien va a África. No África que se posiciona en Roma.

La maquinaria se le ha girado en contra, y donde él quiere poner más ingredientes de sencillez, choca con el sistema. Pero él es el papa, y sabe que parte de la Iglesia del futuro lo está dibujando con las decisiones que toma y las personas que escoge. La Providencia siempre gana, pero los pequeños peones ponen su grano de arena, de incienso o de sándalo. Poniendo África en el centro, desplaza la atención de un catolicismo cansado y recuerda que Europa es pequeña, muy, muy pequeña pero también capaz de renacer siempre. Porque el papa es un defensor del cristianismo como parte de la solución de un futuro inquietante, no como rémora de un pasado que ya no volverá. Sus viajes son su agenda. Y por ahora, no pasan por aquí cerca.