Roma vive a menudo momentos históricos, pero algunos cobran más importancia que otros. El llamado Pacto de las Catacumbas para la Casa Común (20 de octubre de 2019) es el último que habrá que recordar en ambientes vaticanos. Se trata de una declaración de intenciones de más de 40 obispos, sacerdotes, laicos y expertos que participan en discusiones sobre la Amazonia y comunidades cristianas implicadas en la justicia social que quieren una Iglesia "con rostro amazónico, pobre y servidora, profética y samaritana". El Pacto renueva un compromiso que se firmó secretamente hace 54 años, también en las catacumbas romanas, un lugar muy simbólico y con fuerte carga eclesial que remite a la unión de los primeros cristianos, que lo ponían todo en común y vivían sin ningún privilegio en estas galerías subterráneas. La cabeza visible de la renovación es el cardenal brasileño Claudio Hummes, el mismo que cuando el papa Francisco fue escogido se le acercó y le advirtió: "No te olvides de los pobres".

El Pacto surge cuando se acaba el sínodo de obispos sobre la Amazonia, un encuentro que ha vivido momentos controvertidos tanto por la forma –no pueden votar, como no han podido votar nunca, las mujeres, porque es un Sínodo de obispos–, pero también por el fondo y el contenido de los temas tratados, que tocan aspectos delicados no sólo en la organización de la Iglesia sino en su autocomprensión. Aquí caben asuntos como el celibato, la ordenación de hombres casados y una larga retahíla de cuestiones espinosas. También se refiere a la necesidad de cuidar de la tierra, la "casa común", y de defender los derechos de los pueblos. Desde el 2013 en el 2017 han sido asesinadas más de 1.000 personas indígenas que defendían sus derechos.

Hace 54 años se había firmado el primer Pacto de las Catacumbas, un documento fruto del Concilio Vaticano II, liderado por personas que estaban decididas a apostar más fuertemente por la teología de la liberación. Algunos signatarios que ahora han renovado el texto lo han hecho llevando el anillo de Tucum, un objeto emblemático que identifica a los católicos brasileños implicados en causas populares e indigenistas. La teología de la liberación ha recibido muchas críticas, también para el entonces arzobispo de Buenos Aires y hoy papa Francisco, que la veía hija de un "reduccionismo socializador" y es la teología subyacente en este pacto.

El acontecimiento ha tenido lugar expresamente en las catacumbas de Santa Domitila, en Roma, las mismas donde hace medio siglo se optó por 13 compromisos que dieron forma a una Iglesia que quería vivir a ras de tierra, con una opción preferencial por los pobres a los cuales no se ha evidenciado lo suficiente con el tiempo.

Aquel pacto instituía que los participantes intentarían estar más "presentes" y ser más "acogedores", y "abiertos a todo el mundo", fuera cuál fuera su religión. El Pacto era severo: "En nuestro comportamiento, en nuestras relaciones sociales, evitaremos lo que pueda parecer privilegio o prioridad de los ricos y poderosos".

El Pacto no es un movimiento contra el Papa, al contrario, pero al mismo tiempo habría que preguntarse si no puede ser también una medida de hacer ver al papa Francisco que a pesar de su bondad social, todavía hay que hacer más en términos de inclusión, reforma e implicación en cuestiones sociales y ecológicas.