Simone Weil (1909-1943) vuelve a Barcelona. La filósofa francesa, brillante y desconcertante, ha sido estos días el centro de un congreso internacional en el IQS, donde se ha hablado de su pensamiento revolucionario y místico. En una jornada de elecciones, reflexionar en torno a las ideas radicales de Simone Weil puede ser regenerador. Weil era contestataria de matriz bolchevique, inadaptada en todos los lugares, de una mente fulgurante. Un cerebro privilegiado, incómodo, que buscaba la verdad, la coherencia, el arraigo, la humildad. Una filósofa que te descoloca. Una pensadora que va a fondo. Su coherencia la llevó a actos extremos, como dejar de comer por empatía con los prisioneros y soldados que estaban en la guerra. No hacía nada a medias.

Simone Weil cambió las clases por una experiencia obrera en la Renault. Quería saber qué era ser obrera, cuál era la dependencia a la que se someten los trabajadores de una cadena de montaje. Simone Weil murió de tuberculosis con solo 34 años. En Barcelona se la recuerda por su estancia en estas tierras cuando se decantó por participar con los republicanos. Desde hace décadas ha sido tímidamente replicada. A nivel mundial ha sido explicada y propuesta en los ambientes filosóficos. Pero no ha entrado en el canon. Es una excepción en los libros de filosofía, un personaje interesante pero que no ha cuajado. Por suerte hay editoriales que supieron ver la potencia y la han traducido y difundido. En el ámbito eclesial, hay una ambivalencia en torno a esta mujer. Por una parte, se la ha visto como una casi cristiana (no se quiso bautizar para no "entrar en el sistema"), pero, por otra parte, su filosofía es de una profundidad evangélica incuestionable.

Aunque hay quien la querría ver en los altares, es cierto que Simone Weil dentro de la Iglesia es poco conocida. Nadie se la hace suya del todo

Hay admiradores que la veneran por su mente clarividente y fascinante, y hay detractores que la ven como una mujer alucinada y rara. Su visión de Dios es de una espiritualidad exigente y lúcida. Ella misma explica que tuvo tres momentos de "conversión": una en Portugal, donde vio una procesión y sintió la moral de los esclavos, que desprendía una cierta visión del catolicismo más tradicional; otra en Asís, donde captó la belleza y la estética y una tercera en la abadía benedictina de Solesmes. Aunque hay quien la querría ver en los altares, es cierto que Simone Weil dentro de la Iglesia es poco conocida. Nadie se la hace suya del todo. Pero también desde una línea de pensamiento agnóstico no hay bastante difusión de su pensamiento. Su crítica a la noción del "yo" que todo lo engulle es un grito para una disolución de los egoísmos y del protagonismo del individuo, una idea que por el experto y presidente de la American Weil Association, el mallorquín Tomeu Estelrich, es una pasarela con el pensamiento de Slavoj Žižek, de Marina Garcès o Byung-Chul Han, pensadores que advierten de los males del neocapitalismo, que aniquila la conciencia colectiva.

En el congreso en Barcelona han relacionado su universo con las raíces y la nación. Se agradecen vínculos entre el pensamiento y la realidad. Demasiados pensadores han reflexionado sobre cuestiones estériles, y no pocos todólogos nos hablan de todo sin ningún tipo de fundamento teórico que se aguante. Weil se aguanta, aunque su fuerza es trasladarnos a la intemperie y, desde allí, quitarnos las muletas y pedirnos que caminemos.