Hay legiones de niños catalanes que no han visto nunca un nicho de cerca. Pero desde hace unos meses son menos, porque los casales de niños son creativos, y una de las actividades que organizan es "Vamos al cementerio". También hay escuelas que piensan en ello. Me parece magnífico. Suelen ir de visita al cementerio, porque ya sabemos que la muerte se esconde. Yo soy una enamorada de los cementerios, y no hay pueblo donde entre donde no quiera desviarme e inspeccionarlo. Me miro los nombres, los cipreses, las lápidas, las capillas particulares, el cuidado con que alguien va a la fuente y pone todavía con delicadeza flores. Nunca veo niños, y mucho menos excursiones de escuelas, pero la idea me ha parecido pertinente. Si hay una realidad con que todos y cada uno de los niños y niñas se encontrarán algún momento, es con la muerte. Decía mi colega periodista Mireia Prats en TV3 que la propuesta de Cementeris de Barcelona ha sido un éxito aunque temporalmente se ha tenido que anular por el coronavirus. Son visitas adaptadas a los casales infantiles y hablan tanto de la muerte como fenómeno como de los rituales funerarios. Uno de los que les llaman más la atención son las tumbas gitanas, siempre bien ornadas, con fotos grandes de los difuntos y con frases de homenaje y de recuerdo.

Mientras aquí evitamos llevar a los niños a la ciudad de los muertos, en Italia sí que he visto, el día 2 de noviembre, niños en el cementerio, con las familias, como un homenaje y una manera de conocer las propias raíces. También en Grecia, donde todavía en las calles cuando se muere alguien están los carteles enganchados a los postes de la electricidad. En la televisión y en las pantallas en general la gente joven ve muertos cada día, miles, de hecho. Pero de verdad de verdad, y de cerca de cerca, pocos o ninguno.

Vivir al lado de un cementerio es una apuesta segura, porque los muertos no dan miedo. Los que nos tienen que dar miedo son los otros, los vivos

Durante las visitas los niños también escuchan relatos sobre la mortalidad infantil y pueden ver de cerca carrozas y cochess fúnebres. Mi escritor preferido, Manuel Baixauli, encapsula algunos de sus glaciales relatos en los "cementeris" (en valenciano es muy paradójica, la palabra, contiene "enter", cuando de enteros poco lo están ya). Mis amigos saben que si vamos a dar una vuelta, el riesgo de acabar dentro de un cementerio es altamente probable. Porque la muerte la tengo muy presente, sí, pero también por el valor plácido del lugar, por la estética del lugar y por la dosis de realidad que te ofrece. Uno de los mejores pisos donde he vivido era en Atenas, delante de un enorme jardín, pensé yo. Naturalmente, era el cementerio ateniense. Los cementerios como jardín, como lugar para la memoria, como encontronazo con la realidad (hasta aquí hemos llegado), como bálsamo para el espíritu (no somos nada), como consuelo (nos volveremos a ver), como estímulo para el conocimiento (¿qué querrá decir RIP, DEP, ACS?) son lugares para preservar. No todo el mundo es enterrado, ya, y el ataúd, el nicho... pueden ser ahora urnas y columbarios. El sitio para la memoria, sin embargo, persiste. Y el cementerio y las visitas pedagógicas para que los más pequeños entiendan la existencia inexorable de la muerte son un valor.

Las películas de miedo no han hecho un gran favor a esta pedagogía, y ahora muchos de los niños y niñas que entran en el cementerio lo hacen con miedo. Pero si la superan, acaban abriendo dentro de ellos una dimensión que en casa, por pereza, por protección, por incompetencia o por amor, no se les ha transmitido. Nos tenemos que morir, los otros se mueren, estamos aquí de paso.

Anna Ballbona lo escribe a su libro No soc aquí, y no lo tengo a mano para citarla exactamente porque los buenos libros se tienen que dejar a los otros, y el volumen ya no anda por casa. Pero vendría a decir que vivir al lado de un cementerio es una apuesta segura, porque los muertos no dan miedo. Los que nos tienen que dar miedo son los otros, los vivos. Es también eso, un cementerio, una parcela segura en un mundo inhóspito donde quien nos amenaza es el otro, el vivo. Que la tierra les sea leve, y a nosotros, una bendición hasta que se acabe. Temporalmente.