"Yo soy de los que tienen miedo a la Navidad. Como dice la canción: "son fiestas de alegría, santas pascuas de Navidad"; pero yo tengo miedo a la Navidad. Sufro con aquellos que, por muchos motivos, hoy ya querrían que fuera el lunes 8 de enero. Gente que echa de menos a personas amadas. Gente que vivirá profundamente una soledad no deseada. Gente que tiene miedo a desavenencias familiares (y no por política, como nos hacen creer). Gente que todavía se les hará más insoportable porque tendrán que vivir al lado de unas expresiones festivas a menudo excesivamente desenfrenadas".

Estas palabras no son mías pero las suscribiría en buena parte. Las ha pronunciado el cura y periodista Francesc Romeu en el pregón de Nadal de Blanquerna, y tiene más razón que un santo. Estos días se cierne en el interior de muchas personas la sombra del miedo. Miedo a que cualquier cosa se rompa, que la realidad se complique todavía más en estos días. Más que miedo, el sentimiento es también de tristeza por una realidad que no nos acaba de gustar. Por aquellas personas que nos han marcado y no están, o miedo a perder a aquellas que ahora tenemos y un día se marcharán. La Navidad tiene un punto de alegría profunda, hondísima, pero se tiene que saber descifrar. Para los cristianos es una evidencia que Navidad es un momento fundamental, porque no es una incidencia menor que Dios decida hacerse hombre y nazca como un bebé, pobre, exiliado. Y que los primeros que den la noticia sean pastores y no funcionarios. Todo es grandioso y minúsculo, en el relato de la Navidad. Pero la fiesta no es exclusiva de los creyentes, ya que ha configurado nuestra historia y se ha convertido en la fiesta de las familias que se reúnen, ni que sea por Navidad.

Es época de contrastes, de hacer regalos y de saberlos aceptar. De pensar en los otros y de sorprendernos cuando estos nos recuerdan con afecto. Antes, la tarde de Navidad la recuerdo colgada al teléfono fijo de casa, felicitando y recibiendo felicitaciones, y también poniendo sellos a tanta gente que las enviaba. Muchas eran familias y lo encabezaba así: Familia Pla Bosch, Familia Fuentes Cruz, Familia Cornella Ensesa, familias. Gente próxima o lejana, amada, que se hacía presente puntualmente con una felicitación física, enviada religiosamente con sello días antes para que llegara siempre a tiempo. Celebro a quien sigue con esta tradición, porque desear el bien es un acto loable y no siempre se exterioriza, y menos por carta postal. No querría que se perdieran todos estos detalles que demuestran dedicar tiempo a los otros. Matarlo a golpe de Whatsapp me parece poco logrado, por no decir poco elegante y demasiado fácil, previsible y despersonalizado.

Sin embargo, la Navidad también causa indigestión por la opulencia desenfrenada de estos días y el contraste con lo que Lluís Serra, marista, denomina "la cultura del rechazo" de las personas que no cuentan, los que no son productivos, niños, ancianos, pobres. Estos días está el riesgo de ser anestesiados y no darnos cuenta de las soledades y las miserias de los otros, también de los que estarán contentos a la mesa en nuestras comidas.

La Navidad es un punto de inflexión que nos obliga a detenernos. Y pensar en lo que es realmente importante, y no caer en las pequeñas contingencias que nos marean. Hace un año escribía mi primer artículo en esta columna de El Nacional, y lo quise dedicar al papa Francisco con una pieza que se llamaba "Tocar al Papa". El tacto es un sentido que se pierde y que por Navidad se recupera un poco. Tocar comporta implicarse, acercarse, romper nuestra zona de protección y ser más vulnerables. Solo si somos más vulnerables somos más humanos. Estos días se nos presenta la oportunidad del reencuentro, que es una acción muy interesante. Reencontramos lugares, volvemos a casa, entendiendo por casa también aquel espacio de la memoria. La película de nuestra vida se vuelve a emitir siempre, por Navidad.

Hay escenas que nos conmueven y otros que nos hacen daño, y aquellas que no recordábamos y que vuelven como un bumerán. No dejemos de asistir con conciencia e ilusión al cine de nuestra biografía. Es una película en versión original, irrepetible y que emiten, recordémoslo, una sola vez.