"Soy luchadora. Uso la palabra sufrimiento no sólo porque el trauma y el dolor crónico han cambiado mi vida, sino porque me están impidiendo hacer vida normal". Con estas confesiones la transgresora cantante Lady Gaga conectó con sus fans hace un tiempo cuando reconoció que ella también sufría problemas de salud mental. Es una de las famosas que ha agradecido a Dios el hecho de que "esté" en este tormento y que ha reconocido con honestidad que lucha por su salud física y mental desde hace años. Como influencer que es, sabe que sus palabras pueden aumentar la conciencia sobre el problema escondido de la salud mental y también ampliar la investigación y que personas que sufren como ella se sientan menos solas y más acompañadas.

En sus declaraciones públicas, la estrafalaria cantante no utiliza la palabra sufrimiento por piedad o para llamar la atención, sino que quiere expresarse más allá del arte y la música. Utiliza palabras, confesiones, declaraciones y entrevistas para ir difundiendo como vive ella la problemática de sufrir varios trastornos psíquicos.

Reconoce que no está bien y sale como portavoz de un tabú social del cual pocos famosos osan hablar. Además, ella añade la dimensión religiosa, que crea ya un cóctel indigerible: los más devotos la encuentran una provocadora escandalosa, y los más ateos no entienden por qué tiene que confesar sus convicciones más tradicionales y espirituales.

Ante tanta intoxicación informativa, tantos discursos volátiles y vacíos, que un referente musical exprese sus debilidades y lo vincule también a una experiencia religiosa, tiene una incidencia no menor en la gente joven

En una de las giras que canceló, precisamente la de Barcelona, utilizó una imagen de ella con un rosario en las manos. La acusaron de ser dramática y de hacerse la víctima. De vez en cuando sale con alguna frase bíblica y le gusta recordar que Jesucristo no vino a cuidar de las 99 ovejas, sino de la oveja descarriada y perdida.

No estamos hablando de una cantante angelical. La autora de The Fame, que en realidad se llama Stefani Joanne Angelina Germanotta, tanto sale rezando como vestida de monja o comiéndose literalmente un rosario. Ha vivido y crecido entre la provocación y el límite con la blasfemia, pero nunca ha negado su sustrato católico.

El uso de antipsicóticos y su lucha contra la fibromialgia, los ataques de pánico y el estrés posttraumático son públicos. Su último álbum, Chromatica, se hace eco de estos miedos y superaciones y apela a la necesidad de viajar hacia el interior de uno mismo para encontrarse. Un mensaje muy adecuado post-Covid-19.

Hace unos años la cantante ya sorprendió a sus fans entrando en una misa en Manhattan y poniendo en las redes un mensaje que escuchó en la homilía. La frase es la de Jesús en el Evangelio cuando dice que él no ha venido a buscar a los justos sino a los pecadores, una frase realmente muy atractiva para un personaje como Lady Gaga, de aparente vida más disoluta que ordenada. Tienen más impacto los mensajes de Lady Gaga que 100 discursos de obispos o mil homilías de sacerdotes en la celebración dominical. No se trata de medir la cantidad de verdad que hay en sus palabras, pero sí la cantidad de conexión que consigue con su experiencia. Ante tanta intoxicación informativa, tantos discursos volátiles y vacíos, que un referente musical exprese sus debilidades, lo vincule también a una experiencia religiosa —por frívola y superficial que parezca—, tiene una incidencia no menor en la gente joven, que se sienten más próximos de los pecadores, descarriados y desubicados que de los ordenados, cumplidores y ejemplares. Quizás porque Dios habla desde los márgenes y desde el abismo, habitualmente.