En Girona más. Y ya nos debe de venir de tiempos ancestrales este adverbio que los malvados que no nos aman nos reprochan. Entre otras cosas, en Girona tuvimos incluso una sala del cielo. La Sala del Cel era un mítico local en que gerundenses nacidos a inicios de los 70 entendimos qué quiere decir el concepto discoteca. La "Sala", como la llamábamos, se convirtió con el tiempo en un auténtico templo de la música electrónica, en un reclamo que llevó a Girona a gente de todo el mundo buscando este Grial que custodiábamos en la ciudad.

Estos días pensaba en ello gracias a la XV Mostra de Cinema Espiritual de Catalunya, que no es una sala del cielo pero intenta llevar el cielo dentro de una sala. Concretamente, dentro de 16 salas de cine de todo el territorio, con 72 proyecciones de 19 películas que tienen algún elemento que las eleva de la más pura materialidad. Y no solo esto. La Mostra de Cinema lleva películas a todos los centros penitenciarios de Catalunya, un hecho que en un año como este no puede pasar desapercibido. La espiritualidad es un concepto difícil de determinar porque por definición el espíritu no se deja coger, se escapa y se expande. Pero podemos estar de acuerdo en que cine espiritual es aquel que contiene elementos explícitos o implícitos que nos remiten a una dimensión de trascendencia o de búsqueda. Dentro de este ciclo, este año se presenta un recuerdo especial para un espíritu atormentado como fue el cineasta danés Carl T. Dreyer (1889-1968), a los 50 años de su muerte. El cineasta de "la poesía en el cine, el director del silencio, de la trascendencia espiritual", como se refiere a él Marcel·lí Joan i Alsinella, director general de Afers Religiosos, la entidad que promueve este festival. Dreyer no es un director que te vayas a poner para distraerte sino para lo contrario, para concentrarte. Te pide llegar al núcleo, a las pasiones y a las decisiones. El decorado, los gestos, todo te remite a una introspección. En Mikaël (1924), el director hace decir "ahora puedo morir en paz, porque he visto el verdadero amor". El amor más auténtico trasciende el propio yo, es generoso, no espera nada. No es el amor que pide porque da. Es el amor que da porque quiere. Cuando la gente en la Sala del Cel bailaba desenfrenadamente, cuando se paseaba por los pasillos con reminiscencias claustrales, también buscaba una chispa de este amor auténtico y desinteresado, que da y se da. Dreyer era un alma poética que nos ofrece historias como puñales: en El señor de la casa (1925) adapta una obra teatral de Svend Rindon sobre un marido maltratador y despótico. Es con la llegada de una niñera que empieza una transformación y el protagonista aprende a arrodillarse. La irrupción de la gracia se da a veces a través de lo grotesco o de lo cómico. La escritora norteamericana católica Flannery O'Connor creaba personajes estrambóticos, malos, mentirosos, cobardes y asesinos para poner las condiciones idóneas a fin de que un elemento de redención pudiera aparecer. No tiene ningún mérito que los buenos sean buenos si ya son buenos por naturaleza. El cine y la literatura estarían perdidos si fuera así. No habría historias que se aguantaran sin el antagonismo, el dualismo del bien y el mal, la posibilidad de conversión.

El cine espiritual, este año con Dreyer, pero también con piezas maravillosas como La tortuga roja, que se zambulle en la naturaleza, la relación y la contemplación, permite estar un rato reflexionando, saboreando lo que en el trasiego de la vida se nos escapa a menudo. Cosas importantes, pocas. Estas pocas, el cine las ha tratado todas. En un momento de frenéticas visiones solo desde las micropantallas, sentarse en una sala oscura y pasar un rato viendo una película nos remite a esa dimensión nuestra de contemplar que tanta falta nos hace. No llenaréis vacíos existenciales porque el cine no es una panacea, pero los médicos canadienses ya empiezan a recetar ir al cine, y a museos, como posible terapia que ofrece beneficios. Cineterapia para reencontrarnos en un mundo desorientado, donde todavía hay propuestas de sentido, ofertas culturales que no son banales sino que elevan el espíritu.