Cosiendo hojas de una higuera (Ficus carica), Adán y Eva se confeccionaron ellos mismos vestidos que los cubrieron de su vergüenza y fragilidad. La higuera, con hojas largas, ofrece sombra y es en la Biblia un sinónimo de lugar de reposo. Habitar bajo una higuera es un signo de paz. Los textos bíblicos están llenos de referencias a este arbusto. También en el Apocalipsis, lectura adecuada en este periodo coronavírico, hay una imagen con estrellas y hojas de una higuera, árbol resistente a pesar de tener las ramas delicadas. La higuera es el símbolo de nuestro momento. Estamos resguardados en nuestros hogares pero con la tensión de la cuerda floja. Leonardo Caffo, en Fragile umanità, ya escribía hace días (2017) que la humanidad, "frágil como nunca", está a punto de entrar en una nueva e inesperada era de su evolución. Caffo es fundador del Waiting Posthuman Studio, una unidad de investigación, filosofía, arte y arquitectura de Turín. Tiempo de fragilidad y vulnerabilidad en el que si estamos bien, agradecemos, y si estamos preocupados, conjuramos toda la esperanza para que todo pase.

En un eco que anticipa el fin del mundo, la literatura bíblica añade que en el día de la salvación, cada hombre invitará a su vecino bajo su viña y su higuera. Parece que vivamos el fin del mundo, pero no lo es; es una advertencia y un recuerdo de que todos somos interdependientes

La higuera, en la cultura mesopotámica, era considerado el árbol del conocimiento, y los numerosos granos del fruto simbolizan la unidad y la universalidad del conocimiento humano. Es por eso que se asocia con la abundancia y la fertilidad. En Roma explican que Rómulo y Remo fueron amamantados por la loba capitolina a la sombra de una higuera, árbol sagrado y venerado. En Grecia los atletas de los Juegos Olímpicos comían higos y los coronaban con laurel y con hojas de higuera. Es curioso como un árbol puede ser tan ambivalente. La higuera no tiene la majestuosidad de otros árboles, y a pesar de eso, está presente en diferentes tradiciones religiosas. De hecho, Buda, según la tradición, estaba sentado en la sombra de una higuera cuando tuvo la Iluminación. Platón ya nos dice que este es un árbol amigo de los filósofos, y la tradición judía está lleno de evocaciones a este árbol, y cuando es joven se considera el símbolo del pueblo de Israel preferido por su Dios. En un eco que anticipa el fin del mundo, la literatura bíblica añade que en el día de la salvación, cada hombre invitará a su vecino bajo su viña y su higuera. Parece que vivamos el fin del mundo, pero no lo es. Es una advertencia y un recuerdo que todos somos interdependientes. En días de confinamiento en la ciudad, en los que las higueras nos las imaginamos y las viñas las recordamos, los vecinos son el rostro de la alteridad. Tenemos lejos a quien querríamos y cerca a quien nos toca, fruto de nuestras opciones de haber decidido vivir en un lugar y no en otro. Los vecinos somos nosotros. Generosos, pesados, ausentes, preocupados, preocupantes. Nuestra higuera es el 4.º 3.ª. Nuestra fragilidad no se tapa con hojas de higuera sino que se vive en soledad, en la interioridad de nuestras casas, que abrimos digitalmente pero cerramos bajo llave.