La Filmoteca vaticana es un lugar insólito. Se trata de una pequeña sala de cine, con capacidad para 54 personas, donde de vez en cuando se proyecta algún documental o película, de manera restringida. Parece una capilla, está situada dentro del Vaticano, cerca de los jardines y delante de la gasolinera. En cierta manera podría ser el cine particular de los papas, que no se prodigan en visitas a esta sala, y prefieren mirar películas a la televisión. Eso pero no quiere decir que menosprecien el cine. De hecho muchos papas han hablado del séptimo arte con interés como vehículo para el trascendente. Juan Pablo II había visto algunas películas en la Filmoteca. De hecho, esta lleva el nombre de Deskur, un cardinal polaco amigo de Karol Wojtyla. Aquí se han estrenado películas de directores como Martin Scorsese, Liliana Cavani o Roberto Benigni. Hace pocos días fue el fabuloso director Malik. La Filmoteca también es un archivo de la historia de los papas y ya tiene 60 años: fue inaugurada en 1959 por voluntad del papa Juan XXIII.

El miércoles se proyectó en esta sala Sagrada Família. La Bíblia de pedra, un documental del catalán Jordi Roigé sobre la obra inacabada de Gaudí. Éramos una sesentena de personas convocadas para admirar el mundo bíblico de Gaudí. El cardinal Martínez Sistach nos explicó que Gaudí, con su austeridad y genialidad, hizo una obra "providencial". El rector de la Sagrada Familia, Josep Maria Turull, añadió que el secreto de Gaudí permanece un misterio (que convoca a 4,5 millones de personas anualmente para admirar esta basílica) y remarcó que el genio catalán optaba siempre por volver a los orígenes y sobre todo inspirarse en la creación.

Lo que me impactó más de este documental, que había visto sólo en pequeño en mi ordenador, fue la fuerza que coge en una pantalla grande que sabes que está dentro del Vaticano, a pocos pasos de la basílica de San Pedro y de la Capilla Sixtina. En el Vaticano todo coge una tonalidad superior. Haber visto en Netflix Los dos papas pocos días antes y encontrarte dentro del Vaticano en la misma semana te distorsiona el sentido de la realidad. Se hace natural oír ecos de Gaudí en el Vaticano, y no chirría imaginar una conversación entre Benedicto XVI y el papa Francisco a pocos pasos. En Roma todo es tan hiperbólico que parece extrañamente verosímil. Los Reyes han traído a casa una versión nueva del Trivial. Una de las primeras preguntas que nos ha tocado responder tenía que ver con la mítica casa Gammarelli, la tienda de ropa —interior y exterior— de mosenes y también de los pontífices. El Vaticano se hace presente en el juego, en las conversaciones, en las series, en el cine, en los libros, en la gastronomía (Habemus Pizza, se llama un bar junto a los museos vaticanos), en el arte, e incluso en las canciones de Manel se filtran intrigas vaticanas. En la plaza de San Pedro todavía tienen el árbol y el belén, y yo en casa también. Hasta la Candelera, el 2 de febrero. Hay tradiciones que nos remiten a algunos orígenes, y quizás por eso nos cuesta mucho dejarlas atrás. El belén, en el fondo, es el otro nombre con el que Gaudí habría podido nombrar su gran obra de la Sagrada Familia.