Mis orígenes familiares no se pueden desvincular de sillas de ruedas, prótesis, muletas, audífonos, rodilleras, andadores. He vivido en un mundo de discapacidades varias, con una familia dedicada profesionalmente a suplir carencias del sistema musculoesquelético. Huesos, articulaciones, ligamentos, tendones, con sus correspondientes tratamientos, utensilios y soluciones.

La ortopedia ha sido una escuela constante que me ha recordado día y noche la fragilidad, la vulnerabilidad constante que nos define. Cuando el Papa de Roma habla estos días de la importancia del concepto "fraternidad", en vez de relacionarlo con la bandera republicana de liberté, fraternité, égalité, yo pienso todo el rato en la ortopedia. Porque veo la fraternidad como una muleta que todos necesitamos para vivir. Y sin ella, desfallecemos. El Papa lo ha dicho más poéticamente: "Sin fraternidad, nos hundimos como humanidad". El 4 de febrero se ha instituido mundialmente como el Día de la Fraternidad, y este año el papa Francisco, con un mensaje en vídeo, se ha hecho presente en Abu Dabi, donde hace tres años él mismo firmó el Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común. No hay paz sin convivencia en común.

La alteridad nos ayuda a transitar sin trampas por nuestra identidad. Las identidades que no se enquistan son dinámicas y se alimentan de la relación con los demás

La paz no es un ingrediente para vivir aislado de todos y de todo el mundo. No se puede ser inocente y proponer la fraternidad sin reconocer que, desde que estamos en la Tierra, no hemos ganado precisamente en amor fraternal. Muy bien, tenemos un déficit fraternal. Pero no tenemos otra medicina, esperanza ni solución. O entendemos que vivimos en una casa común, o desarticulamos guetos y segregaciones que todavía mantenemos, o no tendremos futuro. Vivimos en plural. En común, juntos. No hay fraternidad sin los demás. La fraternidad también es eterna: nos une a los que ya no están, nos vincula. No se vive la fraternidad solos, individualmente. Los hermanos, estos maravillosos amigos que nos ha regalado la vida, son una buena metáfora para entender que reencontramos en otro un poco lo que somos. Y para recordarnos que no hemos venido aquí de la nada, que somos porque antes hay otros.

La alteridad nos ayuda a transitar sin trampas por nuestra identidad. Las identidades que no se enquistan son dinámicas y se alimentan de la relación con los demás. Hay que recuperar las comidas de hermandad, las correcciones fraternales, los diálogos fraternales. La palabra fraternidad es femenina en muchos idiomas y contiene el concepto de frater, hermano. Las mujeres también han creado la sororidad, la hermandad entre mujeres que Alice Walker recuerda tan bien: en el consuelo, no hay un lugar mejor que los brazos de una hermana. No hay que tener hermanas de sangre para entenderlo.