La novela ―breve― Pedro Páramo del mexicano Juan Rulfo es una de las obras literarias que se me han incrustado en la imaginación. Cuando un autor es brillante, más rutilantes son en nuestra cabeza sus historias. De Pedro Páramo, obra maestra del realismo mágico, y de su fantasmagórico escenario, lo veo todo. Y en color. Hay novelas que las veo en blanco y negro, pero esta tiene colores muy bien definidos. No la ubicaría como una obra de fantasmas, aunque entiendo que entre en esta categoría. Si lo hubiera leído, en la solapa del libro, probablemente no la habría ni empezado. Los fantasmas no son mi tema preferido. Prefiero los vivos o los muertos.

La periodista vaticanista Paloma Gómez Borrero siempre me advertía con un punto de socarronería que en Roma hay muchos fantasmas, y me preguntaba si yo también los sentía. Yo hacía un gesto de sorpresa atónita y respondía "que no", que en Roma notaba ciertamente "presencias y memoria", pero aquello que entendemos por "fantasma", a mí, no se me aparecía. A César ya se le había aparecido Brutus, más de una vez. Yo no soy Julio César.

Los fantasmas como seres que aparecen en forma de persona real, a pesar de ser fruto de la imaginación, están en inflación. Confiaba que después de la manía fantasmagórica de Halloween, francamente exagerada, habría una bajada estos días, pero las carteleras, las series, las novedades editoriales, los emoticonos del Whatsapp, los disfraces... siguen llenas de fantasmas.

Los fantasmas no me convencen porque me parecen una segunda oportunidad falsa: cuando nos morimos, nos morimos, y esta idea del pseudo-retorno a ratos (porque los fantasmas no se quedan, sino que sólo hacen visitas), no me satisface. Con todo, la muerte es uno de mis pensamientos más habituales. Pensar a menudo en la muerte me ayuda a saborear mejor la vida, a vivir más conscientemente.

Querer saber qué pasa más allá de la muerte, y que alguien nos lo explique, no es una novedad americana. Los fantasmas habitan la literatura y nos recuerdan que la muerte no es una broma. Estos espectros hablan y desplazan objetos ya desde tiempos inmemoriales. ¿Pero por qué vuelven, estas almas en pena? Los escritores nos hacen saber que han dejado tareas pendientes, desde la venganza, que suele funcionar muy bien, hasta pedir perdón o querer reparar alguna desgracia.

Querer saber qué pasa más allá de la muerte, y que alguien nos lo explique, no es una novedad americana

En Barcelona se han inventado la ruta de los "Fantasmas de Barcelona", una visita ―naturalmente, nocturna― que se hace por los barrios de Sant Pere, Santa Caterina y la Ribera, recorriendo rutas en las que han pasado historias misteriosas de brujas, exorcismos y hechizos.

Amalia Quevedo es una profesora de filosofía que ha dejado por un momento a Foucault, Derrida y Aristóteles y se ha entretenido en analizar quiénes son y por qué tienen interés las apariciones de personas muertas, ya sean traspasados recientes o personajes históricos. Quevedo sostiene que los muertos han estado siempre presentes, ya sean temidos o invocados, rehusados o buscados, pero que parece que en la cultura occidental cada vez los alejamos más. Las apariciones se atribuyen a ilusiones engañosas, a delirios mentales, a sugestión o remordimientos.

Pero se aparezcan o no, los muertos son personajes que hemos desterrado. En los Estados Unidos destinan cantidades ingentes de dólares a estudiar experiencias próximas a la muerte, y el posthumanismo nos sitúa ante el interrogante de la inmortalidad.

Me venía bien hablar de los muertos ahora que ya no toca, ahora que las flores en los cementerios ya decaen porque el Día de Difuntos se aleja. La que no se aleja nunca es ella, la muerte (me gusta más en griego, que no es femenina, sino neutra, to thánatos). Los fantasmas se aparecen a algunos. La muerte nos corresponde a todos, sin excepción.

En la sociedad del espectáculo y de la apariencia, espectros, visiones, sombras, espíritus, espantos y sobresaltos o almas están en todas partes. Me hacen pensar que quizás hemos aparcado demasiado nuestros muertos, que los hemos expulsado de nuestras vidas y que por eso tenemos estos pseudomuertos, medio vivos. Fantasmas.