Conozco personas que detestan el Carnaval, nombre que prefiero al nuestro catalán "Carnesoltes" por su significante latino cortante: Carne-vale o carnem levare: adiós a la carne. Son jornadas de arrebato previas a la larga etapa de la Cuaresma, los 40 días antes de Pascua. Carnaval es el exceso estético, lúdico, gastronómico. Nos puede dejar un poco perplejos el nivel de vulgaridad en que a menudo acaba la fiesta, pero a mí me admira su diáfano significado y soy una férrea defensora de esta fiesta. Una vez al año —como mínimo— hace falta poder frivolizar el ambiente, quitarse las máscaras y soltar aquel yo interior más desenfrenado y divertido que queda encajonado con el lastre de las responsabilidades cotidianas. Las pelucas, el maquillaje, la grasa a las comidas, el azúcar en abundancia, todo es una exageración ante la austeridad que se anuncia cuaresmal. La exageración como síntoma de una necesidad. El periodo que inicia el festival el Jueves Lardero y acaba con el Martes de Carnaval es el icono de esta prisa al consumir todo aquello que el severo Miércoles de Cuaresma prohibirá. La fiesta es lunar, y por lo tanto, cambia, pero lo que permanece es la exuberante desazón y la desmesura del desenfreno.

La fiesta se celebra en muchos países de tradición cristiana. En Italia, más allá del ineludible Carnaval en Venecia, destaca el de Viareggio, donde son famosas las recreaciones de personajes famosos. Desde hace años el papa Francisco aparece acompañado de las grandes mentes de la izquierda: Marx, Engels y otros. En el norte de Italia, en Ivrea, una auténtica batalla campal con naranjas ameniza la fiesta.

El Carnaval, no obstante, no es una invención puramente cristiana: tenemos antecedentes en las fiestas Dionisiacas griegas, o en las Saturnalias romanas paganas, y encontramos antecedentes en fiestas sumerias en torno del fuego y en bacanales diversas. El hecho celebra lo mismo: la distracción necesaria antes de que vengan tiempos magros. El rey Carnaval es un personaje bebedor, alocado, mientras que la vieja Cuaresma es una mujer consistente y firme. Carnaval es la permisividad, que empezaba ya en la Epifanía y se alargaba hasta el Miércoles de Ceniza, pero que con los años hemos dejado concentrado en pocos días. Por Cuaresma habrá tiempo para el ayuno y la abstinencia, un ayuno que tradicionalmente reclamaba abstenerse de la carne, pero que con el tiempo se ha adaptado y pide abstenerse de aquello bueno. El ayuno hermana este momento con otras tradiciones religiosas, que también lo hacen: abstenerse del alimento o de necesidades o placeres diversos para concentrarse en aquello más importante y profundo, más interior, y dejar las superficialidades, el ruido, la intoxicación ambiental. Es por eso que algunas religiones, desde los cristianos hasta los mormones, son partidarios por ejemplo del ayuno tecnológico: abandonar el móvil una temporada, desconectar. Pero eso será por Cuaresma. Estos días son precisamente el contrario. Semel in anno licet insanire: una vez al año es lícito enloquecer. Y no lo dice cualquiera, sino que Horacio, Séneca y el mismo san Agustí son partidarios de quitarse la máscara, la que nos ponemos cotidianamente, para consentir que emerja el lado más creativo de cada uno.