La ministra delegada de ciudadanía en Francia, Marlène Schiappa, ha anunciado esta semana que se inician los Estados Generales de la Laicidad, unos grupos temáticos de trabajo, debates institucionales y una consulta a 50.000 estudiantes de institutos. Hace tres semanas anunció la supresión del Observatorio de la Laicidad. La idea es llegar a finales de verano con resultados, propuestas, buenas prácticas y un foro de la ciudadanía. Francia no termina de encontrar el equilibrio entre la defensa de los valores republicanos y el derecho a la libertad religiosa y de conciencia. La laicidad no es enemiga de las religiones. El laicismo sí. El mismo Macron ha recordado y escrito que la laicidad debe permitir la integración y no ser una batalla contra las religiones. De hecho, la laicidad es la condición óptima, si se gestiona bien, para que las religiones y las convicciones puedan coexistir sin presiones, privilegios, anomalías o distorsiones de ningún tipo. Leo las palabras de la ministra en La Croix, diario que debería que ser consultado por quien quiera tener visiones sobre el hecho religioso sin militancias veladas ni periodismo desequilibrado. El diario advierte que el inicio de este debate no acaba de ir bien y que hay muchas visiones contrapuestas. Debatir es sano, y consultar —aquí sabemos mucho de eso— es un indicador de libertad y democracia. Perfecto. El momento del debate es delicado. En Francia la presencia pública de signos religiosos es un tema no resuelto.

La laicidad no es enemiga de las religiones. El laicismo sí. De hecho, la laicidad es la condición óptima, si se gestiona bien, para que las religiones y las convicciones puedan coexistir sin presiones, privilegios, anomalías o distorsiones de ningún tipo.

Quien sabe un montón es el profesor Jean Baubérot, el intelectual francés que impulsó la Declaración Internacional sobre la laicidad (2005) y que firmaron 250 pensadores de todo el mundo. Baubérot, que repasa los diferentes modelos de laicidad, religiones seculares, religiones civiles, secularización y anticlericalismo en todo el mundo, explicita la excepción francesa como un modelo único y es defensor del Observatorio de la Laicidad, una instancia intergubernamental que la ministra ha anunciado ya ante el Senado que "se disolverá". Este Observatorio ha sido polémico desde que nació en el 2013, deseado ya en 2007 en época de Chirac y puesto en funcionamiento por Françoise Hollande. Encarna una laicidad liberal y los que lo critican lo ven laxista y pactista con el Islam. En estos años el Observatorio ha trabajado para prevenir el radicalismo y hacer pedagogía de los valores republicanos, demostrando su compatibilidad con la existencia de las religiones en el territorio. No se trata de ser francés y adherir a la libertad, fraternidad e igualdad y tener que renunciar por eso a las propias creencias o convicciones. A partir de ahora el país vecino tiene que decidir si se muestra continuista con su modelo de adhesión a la laicidad como hasta ahora, o empieza un nuevo proceso.

Nuestro debate vendrá después. Francia es un termómetro: su modelo de promesa republicana —donde también tiene que meter a religiones y creencias— será decisivo. En política las casualidades no existen (a veces sí la precipitación). Que este debate se prepare justo antes de las elecciones presidenciales de 2022 no es ningún accidente. Que haya desaparecido el Observatorio de la Laicidad puede ser una mala noticia y puede que echar por tierra todo el trabajo que se ha hecho en la última década. Y aquí, las religiones también tienen alguna en cosa a decir. Hará falta ver si han sido invitadas a la mesa de debate y recordar las palabras de Macron: "La laicidad es una libertad antes que una prohibición".