En el Esperit Català, una obra ingente de dimensiones y de grandeza material y espiritual que se pintó el año en que nacíamos los de 1973, Tàpies suelta toda su fuerza y lo explicita con nombres: democracia, libertad, espiritualidad. El cuadro descansa en Pamplona, en una magnífica sala en un museo curioso en una ciudad fuera del circuito artístico marcado, fruto de la voluntad de una mujer coleccionista en los años 50 y 60 de arte como el de Tàpies. Arte, por lo tanto, contestado y poco del régimen. La culta y exquisita señora María Josefa Huarte, al morir, ha dejado su legado a la ciudad navarra y ha pedido explícitamente que allí se quede. Estoy muy a favor de esta gente con arraigo territorial y emocional, que tienen miedo de que habiendo crecido tanto ellos, su obra se la lleve el viento o el dólar del capitalismo globalizador.

La Universidad de Navarra ha acogido la donación y se ha comprometido a mantenerla. Para empezar han tenido que construir un edificio enorme. No será fácil. El museo podría estar en cualquier campus norteamericano por su magnitud e importancia. No sólo son Tàpies, sino Pablo Palazuelo, Jorge Oteiza, Pablo Picasso, Mark Rothko, Vasili Kandinsky o Eduardo Chillida. También hay una colección permanente de fotografía, legado de José Ortiz Echagüe. Tàpies ocupa un lugar preeminente, la primera sala que se ve, y sus cruces, el polvo, el vacío, dominan el escenario. En su tesis doctoral, Eulàlia Tort demostró como Tàpies había dejado por escrito la enorme influencia espiritual que había recibido, especialmente oriental, pero no exclusivamente. La obra de Tàpies, concebida desde este vacío y este silencio, a mí no deja de hablarme. No es silencio sino interpelación ininterrumpida. Veo un compendio de la religión a grandes rasgos: vacío, pequeñez, grandeza, austeridad, esperanza, cruz, dolor, salvación y misterio. Todo con enorme fuerza e ingente fragilidad, como un duelo entre la materia que se impone, la naturaleza que lucha y el espíritu que se escapa hacia donde quiere. Tàpies es grande y para algunos repetitivo. La suya no es una obra de minucias, no es una filigrana medieval sino el trazo violento que quiere expresarse porque está vivo y por eso es expansivo y volátil al mismo tiempo. Observo estas obras en el museo de la Universidad de Navarra, donde quizás pensaba que habría encontrado tallas románicas o desenclavamientos de la cruz, que me parecen preciosas, pero habrían sido previsibles en una universidad regida por el Opus Dei. La realidad siempre se impone y nos desmonta esquemas.

El arte no sé si necesita siempre mecenas o espacios, pero los que lo admiramos necesitamos gente que haya creído y lo ponga al alcance, así como instituciones que se comprometan. Las galerías son un ejemplo de la vivacidad de una ciudad. En el fondo, si explicáramos a un niño qué hace un galerista, diríamos que cuida de unos cuadros que alguien comprará, para regalar, para tener en casa, para volver a vender. El arte no es estático y no está sólo en unas manos. Todavía hay gente que detesta ir a museos porque los encuentra irrelevantes, porque creen que el arte no les "dice" nada. Hay que reconocer que aquí la pedagogía, el ejemplo visto en casa o en el entorno y la propia sensibilidad también juegan un papel. El arte activa la imaginación de una manera extraordinaria, y el contemporáneo también. ¿Qué ves, qué intuyes, qué piensas que quería expresar al autor? Entre el arte tomadura de pelo, el arte que no dice nada o el arte como maravilla y sublimación no hay sólo la intención del autor o la perspicacia de los galeristas, sino la sensibilidad del sujeto que se pone delante de una obra de arte, y queda conmocionado, o quien responde a secas: "Eso lo podría haber hecho mi hijo".