Si eres una persona que sabe escuchar, tienes mucho de ganado en un mundo ensordecido y con demasiados decibelios. Quien sepa escuchar tendrá éxito. En el trabajo, con los hijos, con el amigos, con la pareja, y también en el seno de las religiones. Shemá Israel, escucha Israel, es uno de los ejemplos más elocuentes de la importancia del sentido del oído en las religiones. En la Biblia tenemos muchos ejemplos sobre la escucha, desde el célebre "quien tenga orejas, que escuche" (Mt: 13, 9) hasta Jesús diciendo a sus discípulos que "bienaventurados son los que escuchan la palabra de Dios y la obedecen" (Lluc: 11,28). También los Salmos, los proverbios o el Apocalipsis hay referencias. Las religiones se basan en unas personas que escuchan a unos dioses, a veces a unos profetas y que escuchan su interior. Interioridad es una dimensión que si una religión no cultiva, se convierte en un sucedáneo o en una organización de otro tipo. Escuchar es una de las necesidades más básicas que tenemos. Con el oído percibimos el peligro, pero también la proximidad. Quizás por eso algunos preferimos dejar notas de voz y no escribir mensajes. La voz reclama la escucha. El texto, la visión. La vista es importante, pero aquello más profundo a veces no se ve. Las cosas hondas, los momentos que nos interesan más, reclaman intimidad. Algunas tradiciones espirituales prohíben las imágenes, porque la visión puede conducir a la idolatría. Y la imagen es engañosa. La voz, en cambio, mantiene un registro más potente.

En general las personas tenemos necesidad de ser escuchadas. Y algunos colectivos, más. Los más vulnerables, los extravagantes, los contracorriente, los viejos, la gente sola. También es el caso de los inmigrantes. Estos días he revivido una experiencia sobre la escucha que se tendría que expandir por su potencial. He podido escuchar a la psicóloga, activista, pintora y artista americana de origen afgano, Zeinab Khan. Es la fundadora del MALA, el Muslime American Leadership Alliance, una entidad que recolecta y distribuye historias orales de los musulmanes que ha llegado a América y explican, solo en audio, su experiencia. La biblioteca del Congreso en Washington lo recopila y lo pone en servicio abierto, y la Radio Nacional Americana lo distribuye. Coincidí con ellos el día que lo presentaban en Washington y esta semana hemos podido tener a la señora Khan exponiendo el caso de éxito en Barcelona en varios actos promovidos por el Consulado de los EE. UU. En nuestra tierra sería conveniente pensar en una iniciativa así. Explicarte, narrar tu historia, que alguien lo escuche y que a partir de aquí toques alguna tecla del otro para que entienda. Y que el testimonio pase a las nuevas generaciones, en acceso abierto, y lo puedas escuchar siempre. Para que se comprendan algunas decisiones hay que saber el origen. La empatía reclama ponerse en la piel del otro, y al otro accedes escuchando su historia, accediendo a su biografía. Khan me decía que no todo el mundo tiene la fuerza para explicar su historia. Una mujer que ha sufrido una mutilación genital no está para grandes explicaciones. Muchos supervivientes de Auschwitz han sido incapaces de formular palabra, ni a su familia.

En general las personas tenemos necesidad de ser escuchadas. Y algunos colectivos, más. Los más vulnerables, los extravagantes, los contracorriente, los viejos, la gente sola

La escucha está vinculada también con la palabra, dabar en hebreo. Es la palabra la que "salva". Lo comentábamos con unos alumnos especialistas en diversidad religiosa en la Universidad de Girona estos días. En las religiones el texto tiene una importancia primordial, pero en los procesos psicológicos también: comparte lo que te pasa, escríbelo, apalabra tu mundo. De pequeños lo cantábamos sin conocer su potencia: "Decidlo solo de palabra, y será salva mi alma".