Trump no es un error. Trump es una opción, el fruto de un acto libre y democrático como el de votar. Y votar tiene estos efectos secundarios: a veces da urticaria. Esta semana miraba la torre Trump en la Quinta Avenida, justo al lado de la iglesia católica de Saint Patrick. Intuía una conexión entre el catolicismo blanco (o pelirrojo) y Trump. Era la víspera de San Patricio y todos los irlandeses y sus pubs celebraban a este santo. La Iglesia católica en Estados Unidos todavía es pelirroja e italiana. Los irlandeses han sido y siguen siendo muy fuertes. Mi intuición (que el apoyo de Trump no viene solo de los protestantes evangélicos) viene corroborada por nuevos datos del Pew Research Center de Washington, que demuestran que los cristianos evangélicos siguen dando apoyo al presidente Donald Trump, pero otros grupos religiosos también, aunque son menos entusiastas. Dentro del catolicismo la población está dividida, pero más del 40% está con él. Siete de cada diez cristianos evangélicos blancos (el 69%) aprueban la manera como trabaja el presidente. Los primeros días de su mandato, esta cifra era del 78%. Los llamados white evangelicals dan un alto apoyo al presidente. Algunos, como el líder Jerry Falwell Jr., presidente de la Universidad de la Libertad, es un firme defensor de Trump.

Los protestantes negros y los católicos que no son blancos desaprueban la forma de gobernar del presidente. Beth Moore, fundador de Living Proof Ministries, se opone a él abiertamente. Trump también publica tuits en que critica abiertamente a los líderes evangélicos que le molestan.

Aun así, los evangélicos blancos constituyen un grupo republicano que, en general, es pro-Trump y partidario de sus políticas. En la encuesta de enero de 2019, por ejemplo, casi tres cuartas partes de los evangélicos blancos expresaron su apoyo a la ampliación sustancial del muro de la frontera de Estados Unidos con México.

Entre los católicos, el 44% aprueba la gestión de Trump. Es decir, aprueban, por ejemplo, que haya un muro entre Estados Unidos y México que impida el paso de personas que buscan un futuro. Un muro que es un tótem, un elemento imprescindible al que se agarran fervorosamente sus defensores. Sin muro, Trump sería menos poderoso y más pequeño. En el periodo más reciente analizado, el 52% de los católicos blancos que asisten a la misa dominical ve con buenos ojos a Donald Trump, igual que el 45% de los que asisten a servicios con menor frecuencia.

Los grupos religiosos más minoritarios, como los mormones y los musulmanes, no se pueden analizar de forma fiable con una única encuesta a causa de las limitaciones del tamaño de la muestra. Pero los puntos de vista de los miembros de grupos religiosos más pequeños se pueden evaluar combinando los resultados de las 11 encuestas del Pew Research Center hechas entre febrero de 2017 y enero de 2019. En el periodo de la presidencia de Trump, se observa que aproximadamente la mitad de los mormones (el 52%) estaría a favor, mientras que entre los judíos baja (24%) y también entre los musulmanes (18%). ¿Y por qué lo votan? Porque lo ven provida y a favor de la libertad religiosa, y porque, en el caso de los protestantes y los católicos, quieren mantener lo que creen que es una nación cristiana. Como si los mexicanos que quieren atravesar la frontera fueran muy ateos o de religiones que hicieran peligrar las bases cristianas.

Trump cuenta con el apoyo de los evangélicos que se han sentido traicionados por Obama, también. No buscan en él un espejo de virtudes y separan la vida personal de la política. Aunque algunos protestantes se alejan de Trump por su materialismo exacerbado, sus comentarios inmorales y su conducta inapropiada, su discurso deja poso y convence. Trump no es un castigo ni un accidente. Trump conecta con una parte del electorado cristiano que ve demasiado condescendientes los mensajes inclusivos y misericordiosos de la Biblia. Gente que ve en Trump una especie de líder de una iglesia de la prosperidad que beneficia a sus adeptos y penaliza al resto de la humanidad. Una visión de la vida que divide entre nosotros, los creyentes, y ellos, los enemigos. La sombra de la época de Bush es alargada y se alarga como el muro. Un muro que ya mide 1.123 kilómetros.