La profesora Furdus Jabir Alturbaihy, rectora de la Universidad de Qadisiyah en Iraq, me decía anoche en Bolonia, víspera del famoso día de la Mujer Trabajadora, que en Europa no tenemos "ni idea" del real papel de la mujer en el mundo musulmán. Me lo recriminaba con una sonrisa desarmante en medio de una cena con 500 personas en el Palazzo Re Enzo en Bolonia, un lugar espectacular con lámparas de fuego en la entrada y techos medievales que te dejan trastornado, porque todos sabemos que la belleza nos alegra la vida, pero que demasiada belleza agobia y bloquea. Yo no sé qué sabemos de la mujer en el mundo musulmán: posiblemente sabemos muy poco y mal, porque en general de todo sabemos poco y mal, pues imagínate de Iraq y del poliédrico universo que rodea el Islam.

Me gustaría pensar que sabemos una pizca más de Occidente y de nuestra Europa. Y todavía un poco más de nuestra Catalunya. Y yo, a la mitad de aquello que se considera el ciclo vital, tengo muchos interrogantes sobre la mujer y su papel en la sociedad. Yo pienso que estamos mal. No fatal, pero nada bien. No soy nada pesimista por talante, pero cuando afrontamos esta cuestión, tengo muchos interrogantes y malestares. Y agravios. Y peticiones. Y pienso que a los muchos hombres que no ha hecho nada, la vida los pedirá en algún momento explicaciones por su omisión. Y a las mujeres que han aceptado como habitual una situación de injusticia, las nuevas generaciones les pedirán también explicaciones.

Quizás una mujer no quiere estar trabajando hasta las nueve de la noche, fines de semanas incluídos. Comprensible. Pero sería extraño que una mujer no quiera una promoción, un trabajo mejor, si se le reconocen derechos y se armoniza el horario con su vida personal y familiar

Me exaspera la poca visibilidad de la mujer, y el fláccido argumento que manifiesta que si no hay más mujeres, es porque o no hay, o no quieren. No me lo creo. Proponed alternativas interesantes, vosotros hombres que estáis a la dirección de alguna cosa, y acoged la respuesta. Quizás una mujer no quiere estar trabajando hasta las nueve de la noche, fines de semana incluídos. Comprensible. Pero sería extraño que una mujer no quiera una promoción, un trabajo mejor, si se le reconocen derechos y se armoniza el horario con su vida personal y familiar. En las instituciones que yo conozco, que se resumen en los grandes bloques de medios de comunicación, universidad e Iglesia, la mujer es una tema pendiente y recurrente, no resuelto y urgente. Yo sólo espero que mis alumnas sean las próximas directoras, decanas y presidentas de instituciones que hasta ahora ostentan hombres, por el hecho de ser hombres, no por el hecho de ser mejores.

Eso creo que es un tema del cual tenemos que hablar sin prejuicios. Hay muchos hombres mediocres en el poder. No vale ya el argumento de que son los mejores, porque los que los vemos somos conscientes, sabemos que no es así. No se puede continuar con esta tónica. No es sano, ni justo, ni pertinente. El mundo es plural, y es una bendición que así sea. Los medios de comunicación son plurales. La Universidad ha cambiado y se ha feminizado. La Iglesia no puede seguir adelante sin la fuerza femenina. Y a pesar de todo, en las esferas de visibilidad, toma de poder y reconocimiento, las mujeres las contaremos siempre con una manita.

Todo se explica por una serie de sedimentos histórico-culturales que han cuajado y nos han hecho como son. Pero la igualdad entre hombres y mujeres se tiene que trabajar con el fin de llegar a un mundo que nos guste más a todos y sea más justo. No os marearé con datos. Somos pocas, y lo sabéis. En Italia hoy nos regalan mimosa, flor preciosa y amarilla que estimo con pasión. Pero la mimosa hace falta día sí y día también. La conciencia que las mujeres estamos aquí y no somos unos accesorios o unas sherpas del clan masculino es un clamor diario. A muchas compañeras les cansa este sonsonete. A mí todavía no, por suerte. Considero que hay que ser una señal de alarma para conciencias dormidas, que sin mala fe, no de dan cuenta de la enorme anomalía de un mundo desigual. La justicia empieza por la igualdad de derechos. Y no es ninguna noticia, pues, que estamos en un panorama injusto. Darse cuenta, verbo que -en catalán, adonar- incorpora el nombre de la mujer, es ya un primer paso.